Analistas 23/04/2025

Placer

Yamid Amat Serna
Creador conceptual

¿Es el placer un pecado o puede ser una forma de conexión con lo divino?

Durante años hemos sentido que las tradiciones religiosas y algunas socioculturales han planteado cierta ruptura entre lo terrenal y lo espiritual, condenando lo primero; lo físico, lo material, lo mundano y entre ello, por su puesto, el placer, a cierto rincón de desconfianza más asociado con una distracción o una tentación que nos separa del camino de la virtud y ensombrece nuestras vidas. Disfrutar de los sentidos está más vinculado al exceso y al juicio que a otra cosa, la idea de alcanzar lo sagrado se ha reducido a la renuncia y al sacrificio.

El festín de Babette (1987), obra maestra del cine danés dirigida por Gabriel Axel, ganadora del premio Oscar 1988 a la mejor película en lengua extranjera, y mejor fotografía en los Bafta 1989, entre otras distinciones y nominaciones, era la película favorita del Papa Francisco, en ella dos hermanas solteras habitantes de una pequeña aldea danesa reciben a Babette, una refugiada francesa, que había huido de París a causa de la violencia.

Un día, la huésped, quien había servido con humildad y en silencio, gana la lotería y decide ofrecer un gran festín a la comunidad como gesto de amplia gratitud, la comunidad integrada principalmente por miembros de una congregación religiosa, estricta y devota, acepta la invitación con cierta resistencia y prevención, prometiendo no comentar mucho sobre la comida ni dejarse tentar por sus placeres.

La cena bien elaborada, lujosa y rica en sabores, texturas y colores, abundante y nutrida, aparentemente va en contra de los valores de los asistentes, sin embargo, en la medida que avanza el encuentro, los comensales empiezan a experimentar cierta transformación, lentamente empiezan a abriese al placer sensorial y a reconocer, así mismo, que lejos de un acto pecaminoso y egoísta el instante es una oportunidad para reinterpretar la generosidad y la trascendencia, la comida les permite superar poco a poco, sus propias limitaciones y descubrir una forma también profunda de espiritualidad, donde lo placentero no pelea con lo divino sino, por el contrario, se amalgama con lo sagrado, pasan entonces de la resistencia al asombro y las barreras de que separan lo mundano de su espíritu se empiezan a desvanecer.

El banquete de Babette no fue un acto subversivo, fue un despliegue de amor que cuestionó la normas de la austeridad, y se convirtió en una hermosa manera de enseñar que el placer, cuando se ofrece con generosidad y amor sincero, va más allá de lo terrenal y puede conectarnos de manera íntima con nuestra humanidad y espiritualidad, la intención inundada de belleza suaviza, disuelve las tensiones y los conflictos internos, todo lo hace más amable y grato, es ahí donde nace la reconciliación, el gozo compartido es perdón y emoción, no se contravienen ni se contradicen la creencias, compartir es también una ruta a lo sagrado.

Así era el Papa Francisco, encontraba en el arte y en el “festín de Babette” una buena excusa para simbolizar siempre su apertura y representar su enorme deseo de apaciguar las culpas de los mortales, de conciliarlos con el cielo y de amigar la relación con la fe y con las creencias.

Valdrá la pena en su memoria repensar la relación entre lo espiritual y lo sensorial, pues no siempre en la renuncia está lo divino; también en la belleza, en la abundancia y el disfrute consciente, el placer, lejos de alejarnos de lo sagrado, puede acercarnos a ello. El cuerpo y el alma, la razón y la emoción, la religión y el goce juntas también tienen gracia y bendición.