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Yo también las vi. Yo también sentí lo que muchos sintieron. Yo también atravesé el momento como quien cabalga por un terreno inhóspito permitiéndole a la sorpresa hacerse viento, horizonte y manto. Yo también sentí una mezcla extraña de admiración, vergüenza, sorpresa y confusión, a mí también me conmovió la lección, el acto y el símbolo.
La “venia” es un gesto de respeto o cortesía que tiene una larga y antigua historia y ha estado presente en diferentes culturas. Es difícil precisar su origen, pero se estima que ha existido por más de 5.000 años. El pueblo egipcio, por ejemplo, se inclinaba hacia sus faraones y dioses en demostración de reverencia, en el imperio romano los ciudadanos lo hacían a su emperador, los japoneses para saludarse, agradecer o disculparse, y en la antigua China para mostrar respeto a superiores, ancianos o gobernantes.
Extraña y asombrosamente, la historia contará que, en Cali - Colombia, en 2024 d.C., lo hicieron las integrantes del equipo de fútbol coreano que participaba en la Copa Mundial Femenina Sub-20 y que acababa de ser eliminada por la selección anfitriona, a su vez, eliminada posteriormente por Países Bajos.
El gesto fue un arrullo, sobre todo por el contexto. En un mundo donde sus gentes persiguen con ansias la victoria para regocijarse en ella con delirio, o el triunfo con deseo desmedido de revancha para salpicar la cara del adversario con euforia y rabia, una veintena de mujeres con apenas una veintena de años nos invita con amor y sabiduría a repensar el significado de la derrota a través de una venia.
Su ancestralidad les indica que la derrota se administra con aceptación y desapego, como parte natural de la aventura de la vida, que en la derrota existe un gran aprendizaje moral, su filosofía está más sembrada en la ética y en la armonía social, lo que evidentemente los lleva a entender las caídas como un buen momento para crecer, poco y nada tiene que ver con la consigna de la frustración, por el contrario, es más una oportunidad expansiva para la formación y la reflexión. Esa práctica noble expuesta en un gesto sutil y sencillo, alejado en este caso, de la pobre interpretación de la sumisión, les permite enfrentar la derrota sin angustia, comprendiendo así, que los resultados adversos, como los logros, son ambos transitorios.
Esa “venia” que se repitió en mi memoria por varios días, terminó luciendo más como un acto meditativo de profunda introspección y de armonía, que advertía detrás de un bello símbolo, un bello significado: ¡La riqueza interior! El capital sagrado, el saldo en negro en la cuenta más importante de la vida, de la existencia.
Me pregunté: ¿Cuánta riqueza interior nos falta para acercarnos a la plenitud? La riqueza interior es la sintonía con el camino, es la fuerza vital que espanta el sufrimiento, la riqueza interior tiene esa huella de serenidad, de integridad de bienestar y de equilibrio, es una riqueza auténtica, firme y duradera, la única que nos permitirá reinterpretar el sentido de la derrota y, algún día quizá también, el de la victoria.