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He oído conversaciones ajenas, reconozco que es una experiencia intrigante y muy reveladora, me sumerge en mundos y submundos, en pequeños universos fantásticos de vidas, emociones e historias que, de otro modo, permanecerían simplemente ocultas, cada fragmento de esos diálogos de calle, de anden, de bus, de mesa o silla contigua, es un ejemplo de la diversidad humana donde lo cotidiano nos enseña cuánto nos parecemos entre nosotros mismos, recientemente por ejemplo, aprendí que para nada hay tiempo, pues oigo repetir en todos los rincones que rodean mi inquietud: “no tuve tiempo” y todos sus derivados.
El tiempo es un recurso no renovable que se escapa sin posibilidad de recuperarlo, cada minuto que pasa es un recordatorio pleno de su carácter efímero, no se puede comprar, ni adquirir, ni reciclar, su naturaleza es ineludible, fugaz, y por estos días, suele ser reducido a un simple insumo que se utiliza, malgasta y sacrifica en busca de ciertos logros relacionados con la eficiencia, lo cual es altamente peligroso ya que induce a confundir y trastocar su significado, pues administrarlo con la única intención de generar riqueza, omite que el tiempo mismo es nuestra riqueza más preciada e invaluable.
El tiempo es un gran termómetro, tiene una relación directa con el sentido de la vida, con la conciencia, así, cada momento, cada elección y/o cada pausa, tienen el potencial de recordarnos el propósito de nuestra existencia, nos brinda la oportunidad de crear una vida “rica” en satisfacción y sentido, en experiencias, en conexiones humanas y en plenitud, está ligado íntimamente a la libertad, pero tristemente, asociado con la condena de vivir atrapados en la angustia y la necesidad que proviene de la carrera exclusiva por la anhelada productividad.
Hemos olvidado que lo más bello que podemos entregar y nos puede entregar un ser humano es tiempo, brindar tiempo es un acto de una enorme generosidad, cuando lo hacemos le damos paso a la posibilidad que algo florezca; un alivio, una sonrisa o una idea y de ellas, sus infinitas expansiones privadas, íntimas o profesionales.
Darle tiempo a lo que merece, valorar el tiempo, el de todos, promueve bienestar mental, fortalece las relaciones interpersonales, aumenta la efectividad en el trabajo, alimenta la creatividad, eleva los índices de satisfacción y establece entornos sociales, empresariales y personales mucho más equilibrados.
Me pregunto, ¿En qué estamos invirtiendo nuestro tiempo, o es que acaso solo lo estamos gastando? ¿Somos conscientes de la calidad del tiempo que entregamos y del tiempo que nos entregan? ¿Le estamos dando el peso que corresponde y el respeto que merece a quien lo entrega o quien lo necesita? ¿Cuánto está afectando positivamente o interfiriendo en el manejo de nuestro tiempo en familia, con nuestros compañeros sentimentales, nuestros colaboradores, aliados, empleados y amigos?
En el vacío de no contemplar la importancia del uso del tiempo, se rompe la equidad y la armonía, no podemos olvidar que todo lo que construimos y lo que somos, lo hacemos con el poco tiempo que tenemos y el poco tiempo que nos queda.