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Hay algo que nos une, que nos acerca, que nos formula iguales. En los tránsitos de la mañana de aparente serenidad interna, se preguntan las almas al verse en el reflejo de los vidrios de los autobuses, de los taxis y los trenes que las conducen a su lugar de trabajo o su encuentro con la suerte: ¿Dónde está el brillo del triunfo que soñaron? ¿Por qué los “éxitos” se desvanecen en la sombra del día como si nunca les hubieran pertenecido? Las preguntas nos perturban.
En tiempos donde la incertidumbre parece ser la única constante, el concepto del triunfo y del éxito no se puede calcular por lo que acumulamos, sino por lo que somos capaces de transformar en nosotros mismos, el triunfo no se mide por la estabilidad sino por la valentía, es mucho más que el logro de un objetivo, implica afrontar las dificultades significativas que se encuentren en el camino, no consiste en la obtención, el triunfo más allá del resultado final, es un reconocimiento a la resistencia, a la motivación humana, a la superación de las adversidades emocionales y económicas, es esa enorme fortaleza humana en busca de la auto realización, la cual no se apoya en la conquista externa, sino en el dominio interno y la victoria sobre los miedos, las dudas y las limitaciones.
El éxito es diferente al triunfo, pero así mismo, no es un destino fijo, es un camino continuo, es la capacidad de ser auténticos en cada paso, fieles a nosotros mismos y felices con lo que somos, bien lo exponía el premio Nobel de economía (2002), Daniel Kahneman, padre de la economía del comportamiento: “gran parte del éxito y del triunfo no depende de factores externos como el dinero o los bienes materiales, sino de la capacidad de gestionar nuestras emociones y reconocer nuestros sesgos mentales …”
Probablemente el verdadero triunfo humano ocurre cuando somos capaces de vernos tal como somos, como todas nuestras contradicciones y limitaciones y aun así, con la fuerza y la templanza para tomar las decisiones que nos acerquen a lo que realmente importa, esto trasciende de lo individual a lo colectivo y de lo personal a lo empresarial, pues también las organizaciones necesitan pequeños gestos de humanidad para ser guiadas hacia un propósito más noble.
Me pregunto ¿cuál es la forma real de medir lo que hemos logrado? ¿Cuántas empresas además de generar beneficios están fomentando crecimiento a las personas que las componen para mitigar su sensación de vacío?
La verdadera medida del triunfo y éxito debería ser un sentimiento de plenitud interna, de certeza de que, aunque el camino no haya sido estable, hemos hecho lo mejor que hemos podido, hemos generado progreso personal y hemos contribuido en cuanto a las oportunidades que hemos brindado para otros, que lo que hemos creado, sea como individuos o como empresas, nos ha permitido impactar positivamente el mundo y hemos alimentado el jardín florecido de la transformación y el crecimiento compartido.