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Modelo mueve 100 millones de viajeros al año.
Una de las innovaciones que más ha revolucionado el sector aeronáutico durante las últimas décadas ha sido el nacimiento y desarrollo de las aerolíneas de bajo costo, un modelo cuyo inicio data de 1949, año en que la aerolínea estadounidense Pacific Southwest Airlines, hoy Southwest Airlines, decidió darles uso comercial a los aviones sobrantes de la Segunda Guerra Mundial.
Este fenómeno que sucedió hace 69 años, fue un hito para los cielos del mundo y desde ese entonces, determinó el reto de reformular la manera en que están concebidos los modelos de transporte comercial, de cara a nuevas alternativas de negocio. Su fundamento radica en la necesidad de un modelo que responda a las necesidades del mercado, convirtiéndose en un manifiesto de la transformación de las necesidades de los viajeros.
La irrupción de esos nuevos competidores, cuyo principal objetivo es mantener un ojo constante en los costos y encontrar la forma de optimizarlos para traducir estas sinergias a los precios de los tiquetes, ha obligado a los demás jugadores a reinventarse, repensar sus tarifas y rediseñar la experiencia que están entregando. Y ¿quién va a resultar más beneficiado que los propios viajeros con estas dinámicas?
Ese es el verdadero efecto de las aerolíneas de bajo costo en el mundo. Desde su rol de retadores del statu quo, las low cost dinamizan una industria que permanecía estática y reservada para unos pocos, mientras abren los cielos para personas que nunca habían considerado el transporte aéreo como opción.
En el caso de Latinoamérica, las aerolíneas de bajo costo han alcanzado indicadores de crecimiento cercanos a 20% anual; y según la Asociación Latinoamericana y del Caribe de Transporte Aéreo (Alta), el modelo low cost ya mueve cerca de 100 millones de viajeros al año en el continente, representando 35% de los asientos volados en toda América Latina. Es decir, uno de cada tres pasajes vendidos le pertenece a una aerolínea de bajo costo.
Colombia, por su parte, no ha sido ajena a este fenómeno, y con la transformación de la percepción del bajo costo, impulsada por la llegada de Wingo, un competidor que no solo ofrece tarifas bajas, sino calidad y puntualidad, se vislumbran grandes oportunidades de desarrollo para el país, apalancadas en la bonanza que atraviesa la industria del turismo nacional. Según el balance de cierre del Gobierno anterior, entre enero y mayo de 2018, el turismo creció 38%, lo que corresponde a 3,3 millones de personas movilizadas. En cuanto a las cifras de colombianos que viajaron al exterior, estas crecieron en un 103% en los últimos dos años, llegando a 3,8 millones.
Otro factor de oportunidad que respalda al mercado se encuentra en el promedio de viajes aéreos que realizan los colombianos, en relación con los viajes terrestres. Iata reportó un promedio de 0,7 viajes aéreos por año, mientras que la tasa de viajes terrestres es de 3,9 por habitante.
Desde Wingo, estamos impulsando esa revolución para los colombianos que quieren volar bien sin pagar más. En menos de dos años de operación en Colombia, Latinoamérica y el Caribe, hemos transportado a cerca de 1.600.00 pasajeros en nuestra amplia red de 17 rutas que incluyen 14 destinos, en 8 países.
Esa combinación única de Wingo se ha reflejado en la estimulación de 12 de las rutas en las que operamos, es decir, realmente le estamos dando acceso a más colombianos que antes no volaban. En definitiva, las cifras de crecimiento son positivas e indican perspectivas prometedoras. Sin embargo, la industria sigue enfrentando importantes desafíos en términos de cargas impositivas, pues Colombia es el tercer país del continente que más grava con impuestos los tiquetes aéreos. El Gobierno debe entender que el transporte aéreo dejó de ser un lujo y que ahora es un motor de desarrollo para los países.
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