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Los efectos en la inflación en el estilo de vida de las personas, sumado a la devaluación de la moneda, han encaminado la conversación pública hacia cuál debería ser la mejor estrategia para atajar tal coyuntura
Dice la sabiduría popular que “no hay peor impuesto que la inflación”, quizás, por eso, esta haya sido la palabra protagónica en lo que va del año. Sus efectos transversales en el estilo de vida de las personas, sumados a la devaluación de la moneda local y la ralentización del crecimiento en el PIB, han encaminado la conversación pública hacia cuál debería ser la mejor estrategia para atajar tal coyuntura.
Basta con observar las últimas actualizaciones del Dane sobre el dato inflacionario, las cuales, con registros de más de 13% en los datos de variación anual, han comprobado que las proyecciones del Gobierno Nacional y del mismo Banco de la República fueron más optimistas que los resultados, y que incidir en que este fenómeno finalmente alcanzara su techo fue todo un reto.
Por esta razón, y con el fin de evitar caer en la discusión clásica sobre si el alza en las tasas de interés por parte del Emisor es la mejor medida para este tipo de situaciones, quisiera plantear un debate paralelo: la capacidad de la tecnología para reducir o eliminar gastos recurrentes.
Si bien no es una medida excluyente de las decisiones macroeconómicas, ni una solución estructural per se, sí es un hecho que las herramientas digitales simplifican y, en consecuencia, abaratan múltiples procesos productivos de la cotidianidad de las personas de una manera inmediata y sostenida en el tiempo. El ejemplo más universal para aterrizar esta idea es el de las plataformas de navegación satelital, como Waze o Google Maps, que con su consolidación han venido reduciendo el tiempo promedio de los trayectos, evitando congestiones innecesarias de tráfico y sugiriendo alternativas en tiempo real, lo que, a su vez, optimiza el consumo de combustible y el desgaste de los vehículos; es decir: permitiendo disminuir costos de una manera tangible.
Sin embargo, existen casos más específicos que también evidencian la capacidad de ahorro de la tecnología. Uno de esos es el que empieza a gestarse en la propiedad horizontal, aquella que comprende a condominios, conjuntos residenciales y demás copropiedades, en donde los trámites administrativos se están mediando cada día más por medio de aplicaciones, software y plataformas.
Dichos desarrollos, si se tiene en cuenta que, según el Censo de Población y Vivienda del Dane, más de la tercera parte de la población colombiana reside en apartamentos, suponen una oportunidad importante para aliviar el bolsillo del ciudadano de a pie en el corto plazo, mientras, esperemos, la inflación alcanza su techo y empieza a mostrar una tendencia descendente. En esa línea, aspectos como el gasto en papelería de uso recurrente, empleada comúnmente para llenar las tradicionales carteleras de corcho, enviar circulares, manejar asuntos contables y llevar el registro de visitantes; y los sobrecostos asociados a manejar los pagos de servicios públicos y consumos de conveniencia por la vía tradicional, es decir, a través de recibos físicos o de transacciones interbancarias, empiezan a sustituirse e, incluso, eliminarse gracias a la infraestructura digital.
Esa, precisamente, es la premisa bajo la que operamos en Hipal, y es el ‘debate paralelo’ que, en medio de esta sensible realidad socioeconómica, queremos posicionar en el imaginario colectivo. Pues, en últimas, mientras se especula sobre los efectos de la inteligencia artificial, el metaverso y los carros autónomos en el mercado laboral actual, la tecnología silenciosamente nos está permitiendo vivir de forma más simple, económica y, sobre todo, inteligente.