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LR visitó las tiendas de café más importantes del Parque de la 93 y comparó sus experiencias de consumo.
Tomar una buena taza de café debería ser una tarea fácil en un país como Colombia, pero a la hora de elegir en qué lugar hacerlo es cuando todo se complica, pues ya no solo juegan los precios y el sabor, sino también los servicios y las experiencias.
Por eso fui a cuatro de las tiendas de café más importantes de Bogotá en el Parque de la 93: Starbucks, Juan Valdez, Oma y Tostao. En todas ellas pedí un tinto, el más pequeño y un croissant, el más sencillo.
Llegué a Starbucks sobre las 7:00 p.m., quien me atendió me preguntó qué deseaba y le respondí: un tinto pequeño y un croissant sencillo. Me preguntaron mi nombre, que si quería calentar el pastel y me dijeron son $9.400.
No había fila, así que me entregaron rápidamente mi croissant en una bolsa de papel con el logo de la sirena y acto seguido alguien en la barra dijo mi nombre para entregármelo. Para mi sorpresa tenía 330 mililitros, entonces entendí que si iba a Starbucks era porque probablemente iba a quedarme bastante tiempo allí.
Me senté bajo uno de los calentadores, en una mesa con sillas de madera y espaldar, me conecté al wifi y ahí ví un letrero que decía “no es un lattte, pero le va a encantar”. Sí, había un plato con agua para los perros. En seguida deduje que era una tienda que permitía el ingreso de mascotas. Al salir pregunté por el baño y me dijeron que había dos: uno para discapacitados y otro arriba para mujeres.
Salí de Starbucks, caminé hacia la carrera 15 y vi que en el otro andén había un local de Tostao. Entré y tal vez por la hora, era la única cliente. Había dos vitrinas y una barra pequeña con sillas tipo bar.
Me acerqué a la caja y pedí lo mismo. Quien me atendió dijo “son $2.400”. Pagué el valor, recibí mi factura y esperé el café. Era un vasito pequeño de cuatro onzas, más o menos unos 120 mililitros, menos de la mitad del que ya me había tomado pero costaba $700; y por croissant pagué $1.700.
Pedí la contraseña del wifi y el baño pero me dijeron que no tenían, entonces entendí que esa también era una experiencia; y que además era por la que apostaba Tostao: rapidez y precios bajos pero para tomar afuera.
Juan Pablo Granada, presidente de Index Costumer Value, explicó que “el concepto de Tostao apuesta porque usted pueda tomarse un café rico, al precio tradicional pero de entrada por salida, entonces da la experiencia de producto pero no la del sitio para estar”.
Salí, regresé al Parque de la 93, llegué a Oma y alguien me recibió en la puerta, me preguntó que en qué mesa me quería sentar y elegí una con sofá. Me senté y la mesera se presentó con su nombre. Vi la amplia carta, pedí mi orden y esperé cerca de 10 minutos.
El tinto lo sirvieron en vajilla de porcelana con azúcar y dulces de café; y en un plato estaba mi croissant, caliente y acompañado de cubiertos. Lo tomé y un rato más tarde pedí a la mesera la cuenta, me preguntó si estaba de acuerdo con incluir el servicio, como en cualquier restaurante, que finalmente es su concepto, así que pagué $8.800: $3.900 por el café, $4.200 por el croissant y $700 de propina.
Por último, sobre las 9:00p.m. llegué a Juan Valdez, pasé a la caja e hice el mismo pedido. Me dijeron que eran $3.700 por el café y $3.800 por el pastel. Pagué y recibí mi pedido al instante. Me senté en la terraza, probé el wifi y pedí que me indicaran dónde era el baño y por ser ese uno de los puntos más importantes de la cadena me di cuenta que contaba con todos los servicios, a diferencia de otros como los de los aeropuertos donde únicamente hay una barra y con un poco menos de comodidades. Salí y así concluyó mi experiencia.
Luis Fernando Martin, faculty en Aden Business School, explicó que “se trata de dos esquemas, uno mucho más premium y otros más ligeros, pero que terminan siendo complementarios para el usuario”.