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En tiempos en los que el pan de $100 o $200 parece cosa del pasado, en los que el precio del dólar a $2.500 cada vez se recuerda menos y en los que el crédito barato empieza a convertirse en anécdota, es interesante observar cómo, a pesar de la fuerte coyuntura económica que se está viviendo a nivel internacional, el consumidor contemporáneo sigue privilegiando aspectos que trascienden la lógica clásica del “costo-beneficio”.
El usuario moderno, a diferencia de hace décadas, es cada vez más crítico y sí considera factores como el origen, la cadena de valor, el cambio climático y temas sociales a la hora de hacerse con un bien o un servicio; incluso si, en ocasiones, esto le represente pagar un poco más.
El comprador de ahora, sin saberlo, ejerce activamente el objetivo de desarrollo sostenible número 12: Producción y consumo sostenible, que, precisamente, busca promover este tipo de prácticas en personas, instituciones y organizaciones.
En ese sentido, no sorprende, por ejemplo, que hace un par de años la firma de consultoría estadounidense, Bain & Company, evidenciara en un análisis que cerca de 78% de los inversionistas globales afirmara estar más dispuesto a otorgarle un mayor énfasis a la sostenibilidad, frente a lo que lo hicieron cinco años atrás.
Por todo esto, y para responder mejor a las nuevas dinámicas de consumo, las empresas han venido apostando por alcanzar una clara diferenciación ambiental, una propuesta de valor que refleje una transformación estructural genuina, en la que los procesos productivos se articulen con más precisión a las necesidades actuales y en la que la sostenibilidad sea el soporte sobre el cual se tomen todas las decisiones.
Sin embargo, ¿cómo alcanzar este propósito sin sacrificar los márgenes de utilidades?, ¿cuál es el primer paso que debe dar una organización para ser diferencial sin dejar de ser competitiva?, ¿existen metodologías para aplicar técnicamente dicha transformación y potenciar los índices de producción?
Por fortuna, la respuesta concreta es sí. En el país, tanto desde la orilla pública, a través de la formulación de documentos Conpes, como desde la privada, por medio de compañías sin ánimo de lucro, como Icontec, por ejemplo, que provee el acompañamiento y las herramientas técnicas necesarias, ya se tienen las vías para alcanzar la visibilidad ambiental por la que trabaja el grueso del empresariado colombiano.
El ejemplo por excelencia para aterrizar la “metamorfosis” del consumidor moderno es la economía circular, la cual, no es más que un modelo que maximiza la durabilidad y el ciclo de vida de los productos. En este, y gracias a la ‘Estrategia Nacional de Economía Circular’ y a las normas relacionadas como la GTC 314 Guía marco, la NTC 6657 Neutralidad, la serie NTC-ISO 14020 declaraciones ambientales y la NTC-ISO 14063 estrategias de comunicación, las empresas pueden mejorar sus habilidades para visibilizarse ambientalmente y garantizarle a sus usuarios soluciones más sostenibles.
Con esto dicho, y sin saber qué rumbo seguirá tomando el dólar, qué decisiones tomará el Emisor frente a las tasas de interés o si el pan volverá a costar $200 algún día, es un hecho que el consumidor sufrió una metamorfosis para bien. El consumo sostenible, que empezó como una especie de moda, es hoy una exigencia del mercado que, como tal, requiere de parámetros técnicos para lograrse, parámetros que con Icontec se pueden alcanzar.
Del total de encuestados, 67% aseguraron haber realizado pagos regulares por un suscripción o servicio de deporte o fitness en los últimos dos años
Si se cuenta con un buen presupuesto, hay figuras que cuestan $11 o $12 millones, y los más económicos del mercado llegan a $30.000 o $24.000