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Los expertos aseguran que el Banco Central ha sido prudente en la gestión de estos recursos, que son claves en la estabilidad
El año pasado el Banco de la República cumplió 100 años, y desde su nacimiento ha sido la entidad en la que se han concentrado o centralizado las reservas del país, que, según el FMI, son “activos externos que están disponibles de inmediato y bajo el control de las autoridades monetarias para satisfacer necesidades de financiamiento de la balanza de pagos, para intervenir en los mercados cambiarios a fin de influir sobre el tipo de cambio y para otros fines conexos”.
Hoy representan una suma de US$59.639,2 millones, y son claves en la economía por su papel en la política cambiaria y la estabilidad económica y financiera en caso de riesgos de mercado.
“Las reservas son clave porque representan un respaldo para la moneda local, de modo que proporciona cierta estabilidad cambiaría y reduce la probabilidad de ocurrencia de crisis financieras”, explicó Juan Camilo Pardo, economista en Corficolombiana.
El experto agregó que también son importantes para cumplir con las obligaciones externas y poder enfrentar situaciones de emergencia.
Adolfo Meisel, quien fue codirector del Banco de la República y hoy es el rector de la Universidad del Norte, califica como “prudente” la gestión del Emisor en las reservas internacionales. “El Banco de la República ha sido muy prudente, esa es la palabra más importante en el manejo de las reservas internacionales del país. El objetivo del Banco ha sido tener una rentabilidad razonable en el largo plazo, pero sin asumir muchos riesgos”, indicó el experto.
La administración de las reservas ha cambiado a lo largo de los años. Precisamente, un libro que se publicó en el marco de los 100 años de la entidad, ‘El Banco de la República: antecedentes, evolución y estructura’, del que Meisel también es autor, relata el manejo de dichos recursos.
Entre 1923 y 1931, después de la creación del Banco y en tiempos del patrón oro, la gestión tenía una relación directa con la emisión de dinero, pues, como lo relata Jorge Enrique Ibáñez Nájar en el libro, “la ley exigía la convertibilidad de los billetes por oro, en monedas o en barras o por títulos sobre el exterior, representativos de este y para lo cual se debería mantener un encaje legal en una y otras reservas”.
De hecho, Meisel cuenta que “cuando empezó el Banco de la República, los billetes eran convertibles en oro, y uno podía ir al Banco y le daban unas monedas de oro. Esa convertibilidad se suspendió en 1931, pero siguió el Banco, como la mayoría de los bancos centrales, teniendo sus reservas en oro”.
El libro relata que la connotación de las reservas internacionales cambió cuando se abandonó definitivamente el patrón oro clásico, con el objetivo de “mantener un nivel de reservas suficiente que le permitan al país, además de preservar la confianza en el sistema monetario, disponer de la capacidad financiera nacional frente al resto del mundo”.
El actual régimen, puntualiza el libro, mantiene el principio de concentración de reservas a, con el objeto de promover el equilibrio cambiario.
En la gestión de las reservas internacionales a lo largo de los años, Meisel explicó que los países, incluido Colombia, empezaron a dejar el oro al lado.
“Con el paso del tiempo, los países se fueron moviendo a tener reservas en monedas duras, en las monedas de sus principales socios comerciales. Hay dos características: uno, que sea una de los principales socios comerciales, y dos, que sean monedas sólidas. Hay muchas inversiones en dólares, en euros, y en otras monedas de países desarrollados, por portafolios. Y cada vez fue más decreciente el oro”.
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