MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Tan solo en Bogotá se calcula que hay aproximadamente 300 tatuadores, la sobreoferta del sector es permanente.
Hace unas semanas el diario The Wall Street Journal calificó como “un negocio impresionante” el hecho de que en Estados Unidos los tatuadores fueran uno de los más organizados del mundo, un sector que en 2017 logró US$1.600 millones ($4,8 billones al cambio del viernes). El conteo que ha sido seguido por Ibis World y Global Tattoo, también incluyó otros países como Colombia.
Aunque la cifra no es tan grande como en la Unión Americana, el mercado nacional registró US$190 millones, casi $600.000 millones el año pasado, monto para nada despreciable que, incluso, es más de lo que vendieron en Colombia multinacionales como Bimbo, BMW, Adidas o McDonald’s, y algunas nacionales como Arturo Calle, Cine Colombia o Fabricato.
Los ingresos llaman la atención por el hecho de ser un mercado que no está controlado como en otros países del mundo en cuanto a sanidad, permisos para tatuar o leyes que fijen los precios de cada pieza.
Aunque las ventas de esta actividad no son medidas con exactitud por Fenalco, la Andi o Cámaras de Comercio, porque incluso en estas últimas se confunden entre los registros de establecimientos de belleza, barberías o centros de intervención corporal; la Asociación Colombiana de Tatuadores (ACT) destacó que los ingresos que mueve la industria son gracias a la sobreoferta que enfrenta el sector.
Tan solo en Bogotá se calculan que hay aproximadamente 300 tatuadores en alguno de los casi 400 establecimientos formales. Sin embargo, microempresarios de este negocio han señalado que aunque la torta es grande, la competencia no regulada ha llevado a que se cree un subsector informal de aficionados que adquieren las herramientas a bajos costos y ofrecen servicios.
Por ejemplo, en páginas de internet se pueden encontrar máquinas para los procesos de tatuaje que van desde US$30 en marcas chinas y otras que tienen de precios base en referencias estadounidenses desde US$300 y hasta US$700; al igual que tintas con ciertos componentes químicos de alta y baja calidad. El hecho de que la actividad no está controlada por el Estado, genera que no haya una vigilancia sobre quiénes compran esas herramientas, como pasa en otras industrias.
Sobre esto, la Liga Internacional de Sociedades Dermatológicas (Lisd) publicó en 2016 un informe sobre los casos de contracción de enfermedades en América Latina y Asia, en el que llama la atención a los gobiernos de darle el título de ‘industria empresarial’ a los establecimientos de tatuajes. “Esto obligaría a tener mayores controles y a evitar riesgos de enfermedades en la piel por malos procedimientos”, precisaron.
La Academia Estadounidense de Cirugía Dermatológica apoyó el llamado de la Lisd argumentando que además de beneficiar a los tatuadores de profesión, atacaría la informalidad de ese sector y sería una oportunidad de recaudo tributario para los gobiernos. Lo anterior, teniendo en cuenta que en América Latina, se estima que por cada 100 tatuajes que se hacen, por lo menos 90 se pagan en efectivo y eso evita que se declare la actividad y haya una posible evasión fiscal.
En el continente, Canadá y Estados Unidos son de los pocos países que exigen un certificado para poder abrir un local que ofrezca tatuajes, de hecho, en los países del norte, para adquirir este permiso en algunos casos se hacen pruebas a las personas interesadas en la licencia y un seguimiento sanitario por los departamentos salud de cada estado como pasa con restaurantes, clínicas o barberías.
“Las redes sociales, televisión, los cambios en general han dado que haya más personas en el negocio. Por eso, para unos esto se percibe como una depreciación del oficio, hay quienes cobran $200.000 por un tatuaje que debería estar en $500.000, por ejemplo”, señaló el tatuador Alejandro Páez, con experiencia de más de 20 años en el sector.
Además de la sobreoferta, para muchos clientes la variación de precios es otro factor a tener en cuenta. Al ser una actividad artística, una persona que quiera un tatuaje puede encontrar uno de tres centímetros en promedio a $120.000 en el centro de Bogotá, o con profesionales más experimentados en $316.000; pues la reputación del que lo ofrece es la que interviene en la factura.
Por ejemplo, Bryan Sánchez, uno de los tatuadores más buscados en Medellín, conocido por tener de clientes a figuras como James Rodríguez, tiene un método de cobro por sesión. Es decir, un pago por espacio de hasta seis horas. Además, su estatus le ha llevado a que como microempresario abra su propio local, genere empleo y tenga jornadas aseguradas de por lo menos nueve meses. Si hoy alguien estuviera interesado en que él lo tatuara, debe separar el cupo y seguramente hasta mayo o junio de 2019, tendría agenda.
En América del Norte la tasa de crecimiento del negocio es de 6% anual, y en América Latina hasta 10%. Colombia está dentro de los mejores mercados, expresó Yoset Pérez, uno de los mejores tatuadores de Venezuela que ya lleva tres años en Colombia con su estudio Kure Kitsune al norte de Bogotá.
México y Brasil, los primeros de América Latina
Después de Estados Unidos, en las mediciones del sector, México sigue en el listado de los países donde el tatuaje genera más dinero. Por esto, en América Latina sería el primero con ingresos para los tatuadores y sus proveedores, con US$450 millones ($1,3 billones al año); seguido de Brasil, con US$420 millones ($1,2 billones). Colombia está por encima de Chile, Argentina y Perú, que están en US$150 millones, US$135 millones y US$110 millones, respectivamente.
En Colombia, Prosegur cuenta con tres líneas de negocio: Prosegur Cash, Prosegur Security y Prosegur Alarms
El segmento de Consumer Brand aumentó 2,7% en ventas orgánicas, impulsado principalmente por el negocio global de Hair
La compañía afirmó que este crecimiento refleja la fuerte y constante demanda de los clientes en todas las divisiones de negocio y regiones