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El empresario Gonzalo Restrepo López analiza la coyuntura económica que atraviesa Colombia, y recalca la importancia de combatir la corrupción política
Gonzalo Restrepo López es, sin duda, uno de los empresarios con más suceso en Colombia. Formado en el exterior, regresó al país para dirigir la empresa familiar, Almacenes Flamingo; después pasó por Caribú Internacional y en 1990 llegó a la presidencia del Éxito, compañía que tenía en ese momento cuatro almacenes en Antioquia y uno en Bogotá.
En 2013, tras su salida del Grupo Éxito, dejó la empresa privada con mayor generación de empleo en el país, 427 almacenes en Colombia y 52 tiendas más en Uruguay. Un año después ingresó a la Junta Directiva de Ecopetrol y en 2015 fue nombrado en el equipo negociador por parte del gobierno de Juan Manuel Santos en los diálogos del Proceso de Paz con las Farc en La Habana (Cuba).
Lejos de una vida sin afanes, Restrepo hoy integra diferentes juntas directivas como las de Smurfit Kappa, en Dublín (Irlanda), Cardif Seguros, Proantioquia, Fraternidad Medellín y Fundación Éxito, entre otras. Y su vida laboral transcurre entre Colombia y Francia. Además, maneja una family office que hace inversiones en proyectos de construcción. También se dedica a la exportación de flores. Y, ante todo, su experiencia en el sector empresarial y su visión de país, lo hacen una voz autorizada para darle una mirada a fondo al momento que vive Colombia.
¿Cómo analiza la coyuntura social que vive Colombia?
Colombia tiene que resolver sus tres o cuatro problemas fundamentales. Uno de ellos es el de la parte rural. No podemos seguir teniendo esas diferencias de calidad de vida que hay entre el campo y la ciudad. En las zonas rurales hay casos de hambre, desplazados y abandono que no pueden seguir. La manera de que esto no siga es enfrentándolo y llegando allá con el Estado.
El país debe hacer un replanteamiento. Aunque en ciertos sectores no se crezca tanto se debe apostar a que se saquen otros sectores de la pobreza y a tantos niños de la desnutrición. Ellos no se pueden formar como individuos, porque no tienen las capacidades neuronales para salir adelante. Antes de la educación viene la nutrición.
¿Cuál es el papel del empresariado en esta coyuntura de país?
Los empresarios aportan mucho en esto y son la base del crecimiento de la economía. El gran cambio que debe tener Colombia debe ser en la cabeza de las personas. Sin miedo a tener más corazón con los que menos tienen. Para eso hay que hacer más sacrificios. Pero los sacrificios no son destruir este país como se destruyó Venezuela, que me tocó presenciar porque yo manejaba una empresa que fue nacionalizada por Hugo Chávez y me la quitó. Sé lo que se siente. Y también sé lo que se siente cuando a los meses ya no queda nada, porque las personas que la cogieron no sabían nada de administrar ese tipo de compañías. Eso es para los que lo saben manejar. Haber vivido esa experiencia me impactó mucho porque yo fui dos veces al mes a Venezuela durante muchos años. Me tocó ver que se desarticularan las instituciones. Fue un proceso de desbaratar algo, pero no para hacerlo mejor, sino para hacerlo peor. Nosotros no podemos caer en esa tentación.
Desde algunos sectores se dice que se instaló un discurso hostil en contra del empresariado, ¿cómo lo ve?
Eso es hacer política de la que no sirve para nada. Todos en Medellín sabemos que sin las empresas, las chiquitas, las medianas y las grandes; la ciudad no sería lo que es. Yo no me paro en ese discurso porque no me parece importante, porque sé, como tantas personas, que eso no es así. Las empresas paisas lo han hecho muy bien en términos generales. Como en todas partes se cometen errores, pero es que los errores no son cosas de mala voluntad. En general, Medellín, en ese sentido de su tejido social empresarial, e, inclusive, en el manejo de lo público, mucho más que recibir clases de personas, empresarios y políticos de otras partes, le da clase a Colombia de la manera de cómo sí se puede construir riqueza. Que hay que distribuirla mejor, sí, como en todo el país. Todos debemos trabajar en eso. Colombia está llena de buenos ejemplos. La cosa es trabajando.
¿Cómo ve los altos índices de corrupción en el país?
Un segundo mal que tiene Colombia es la corrupción. Las instituciones se han resquebrajado, la han permitido y se ha sofisticado ese mal. Creo que tenemos que volver a un país más lógico que no esté castigando y enredando a buenos administradores, serios, en procesos judiciales largos, por problemas puramente presupuestales o de estructura, pero no por problemas de corrupción. Y, en cambio esté dejando libres a tantos corruptos de todos los pelambres y las profesiones. Colombia no se puede volver un fortín de ese delito y la política no puede estar acompañada de tanta corrupción.
Y, ¿cómo frenar esa corrupción?
Hay que sacar nuevas reglas, mucho más prácticas, para que se pueda trabajar. El país, en el fondo, se debe manejar como una empresa, pero como una empresa con corazón, con sentido social. Hay que igualar más a la población. Sobre todo en cosas de largo plazo en las cuales hay que tener persistencia y paciencia. Y así es la nutrición, así es la educación y el equilibrar lo rural con lo urbano. Pero esto no se puede hacer sin que llegue el Estado. Y la llegada de un Estado no es llegar solo con un ejército. Sí, es llegar con la protección de un ejército, de una policía; y también con el agua potable, con las vías secundarias y las terciarias. Es acercarse a los mercados y llevar la paz a las poblaciones.
¿Cómo analiza la implementación del Proceso de Paz con las Farc, del que usted fue negociador?
Participé del Proceso de Paz, que no es perfecto. Pero en Colombia no ha habido ninguno perfecto. No lo es la paz con los paramilitares, ni con el M-19, ni con la guerrilla de las Farc. Es como en el mundo de los negocios. Un negocio es un compromiso de dos o más lados. A lo que se llega es a un punto intermedio, donde ningún lado queda absolutamente contento de lo que quería, pero se logra hacer el negocio. Así es una paz. Creo que Colombia debe buscar la paz ante todo. Pero esto no es para decir “hice una paz y que me den una medalla”. El país debe entender que después viene la construcción, la aplicación de lo que se negoció y creo que nos falta mucho en ese sentido.
¿Hay sectores que se oponen a la paz?
Creo que quienes se oponen a la paz les queda muy difícil porque dicen “no, yo no me opongo a la paz. A mí me encanta la paz, yo me opongo es a esa paz, porque entregó el Estado”. Eso no es así. Colombia se dio cuenta de que ni se entregó el Estado ni hubo cambios tan fundamentales en la constitución del mismo. Creo que la paz ha ido calando. Y en estos momentos, si se volviera a hacer una votación, hay muchas más personas que no quisieran volver al punto en el que estábamos, pese a que la violencia sí se ha aumentado mucho y tiene otras causas. Algunos dirán que esa violencia viene de que la droga sí se creció en la época de la negociación de la paz. Puede que un poco de eso sea verdad, pero el problema de la droga es otro inconveniente inmenso que exige de otro tipo de manejos y soluciones. No obedece, ni nació ni creció exponencialmente solo allí. Ha crecido ahora y sigue creciendo.
¿Cómo ve el papel de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP)?
Creo que la JEP ha ido avanzando en sacar un poco de esa verdad. Es muy curativo para el país y va a seguir siendo bueno tener más de esa verdad, aunque algunos se opongan. Especialmente los que no quieren que se conozca esa verdad. La verdad sana. Las víctimas merecen toda la verdad. A Colombia le falta mucho. Le falta el catastro rural. Todo el mundo habla de él y ¿dónde está? ¿En cuánto tiempo lo vamos a poder realizar cómo lo hicieron muchos países europeos después de la Segunda Guerra Mundial? Países de Europa del Este quedaron destruidos y tuvieron que reconstruir sus catastros. Colombia tiene que hacer eso también.
La gente tiene que tener acceso a una propiedad, aunque sea mínima, para poderla cultivar, para poder enviar sus hijos a la escuela. Nosotros necesitamos igualar más a Colombia. Eso no es comunismo, eso es buen sentido común.
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