Cambiar o desaparecer

En los últimos meses, las entidades financieras han estado en el centro de atención de los medios de comunicación y no por buenas razones. Primero fue el descalabro anunciado de uno de los bancos suizos más representativos, el Credit Suisse. Luego, varios bancos estadounidenses presentaron dificultades de liquidez y retiros masivos que obligaron a las autoridades a intervenirlos. Durante algunas semanas planeó sobre los mercados de capitales la duda sobre la solidez de un sistema financiero que necesitaba ajustarse a un entorno monetario restrictivo, muy diferente al que había sido la norma durante 15 años.

El viraje en la política monetaria hacia menores niveles de liquidez es un reto adicional para el ecosistema bancario mundial que lleva varios años sometido a presiones muy fuertes. El sistema financiero es clave para garantizar el funcionamiento de la economía. Pero es un sector de actividad que tiene que acelerar su transformación para poder enfrentar a los nuevos competidores que son cada vez más agresivos.

El cambio ha sido detonado por la inclusión de tecnologías que permiten a nuevos agentes entrar a competir en el mercado de servicios financieros. A ellos se suman las características de los segmentos más jóvenes cuyas necesidades y aspiraciones son diferentes a las de los clientes tradicionales.

Uno de los problemas más complejos que enfrenta la banca es la desigualdad de condiciones de operación. La regulación de este negocio es particularmente pesada y restrictiva. Muchos de los nuevos actores no están sometidos a los mismos controles lo que les permite actuar con mayor rapidez y flexibilidad. Los bancos no pueden competir con los costos y seguir el ritmo con el que otros innovan.

A pesar de los importantes esfuerzos que las entidades financieras han desarrollado, todavía arrastran el peso de una actividad que consumía recursos en oficinas, personal y trámites dispendiosos. La banca digital prescinde de muchos de estos activos que hacen onerosa la operación de intermediación. La tecnología permite automatizar tanto operaciones de fondeo como de crédito acelerando la captación y desembolsos de operaciones que antes requerían tiempos muy superiores.

Por otro lado, las Fintech atacan, mediante servicios más eficientes y baratos, los segmentos de negocio más pulpos de los bancos que, por lo general, les generan ingresos por comisiones muy atractivos. Al quitarle estos recursos, el banco se queda sin la carne y con el hueso que representa la actividad de crédito sometida a mayores riesgos y a costos importantes en materia de capital.

Finalmente, está el reto del relevo generacional. En las entidades financieras se privilegiaba la experiencia a la innovación. Los grandes banqueros permanecían décadas en los puestos de mayor responsabilidad pues se valoraba su conocimiento, olfato del mercado y red de contactos.

El nuevo negocio requiere competencias que están estrechamente ligadas en tres dimensiones: finanzas, innovación y tecnología (FIT). El fin de la vieja guardia de banqueros ha llegado y los nuevos actores que hoy dominan el mercado toman decisiones que, en muchos casos, rompen con la ortodoxia de la banca.

El sistema financiero está sometido a la revolución FIT. El nuevo cliente tiene expectativas diferentes y exige servicios de mayor valor agregado. Para la banca no se trata de cambiar por cambiar. Se trata de cambiar o desaparecer.