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El fruto de su trabajo y la decisión de comprender la historia del arte para incorporarla en su propio contexto e inquietudes está presente en miles de obras que son patrimonio para muchos
El fruto de su trabajo y la decisión de comprender la historia del arte para incorporarla en su propio contexto e inquietudes está presente en miles de obras que son patrimonio para muchos
Los temas en el arte siempre son siempre los mismos. Cada artista comprende el mundo desde su propia circunstancia social y cultural. Fernando Botero nació en Medellín, en 1932. Sus contemporáneos fueron hombres y mujeres que comenzaban a comprender un cambio de época que se expresaba en hechos que hoy nos resultan lejanos en el tiempo, pero que ellos, y sus padres, vivieron, seguramente, entre la incomprensión del presente y la imposibilidad de la perspectiva: La Guerra de los Mil Días, a comienzos de siglo; la hegemonía conservadora, la Primera Guerra Mundial, la masacre de las Bananeras; la emergencia del liderazgo popular de Jorge Eliécer Gaitán; la República liberal; el proyecto modernizador de la nación que comenzó a quedar trunco por la pugna de las élites por el poder político y el desangre que se inició desde mediados de los años cuarenta y se profundizó con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948.
Botero fue parte de una generación de artistas, nacidos a finales de los años veinte, y comienzos de los años 30, sin quienes sería posible comprender las tensiones y contradicciones de una sociedad que se ha debatido entre la tozudez de sus luchas y la sombra de una violencia que nos sigue aquejando.
A los dieciséis años Botero había comenzado a ilustrar artículos de prensa en el diario El Colombiano, de su ciudad. Entendía, pues había visto en enciclopedias y libros las reproducciones del gran arte universal, que nuestro país pertenecía al mundo y que no éramos un hecho exótico y aislado.
La comprensión de ese paisaje que se volvió un estado interior le permitió concebir sus primeros dibujos y pinturas entendiendo “el ridículo circundante” de una sociedad encerrada entre el pavor de la religión, y unas costumbres clasistas y misóginas que plasmaría, mucho después, en su vasta obra.
La generación de algunos de los artistas plásticos de entonces, que había comenzado a contestar una realidad sumida en los elementos del desastre, está reunida en una histórica foto de Hernán Díaz, en la llamada Colina de la Deshonra, en el barrio La Macarena de Bogotá. En una de ellas, sentado sobre unas escaleras de piedra, justo en el centro, rodeado por Enrique Grau, Guillermo Wiedemann, Eduardo Ramírez Villamizar, Édgar Negret, Armando Villegas y Alejandro Obregón, Botero aparece meditabundo y con las ilusiones intactas.
Era un muchacho de pocos bienes, convencido de que tenía que emprender el viaje. Setenta años después de aquella foto, el fruto de su trabajo y la decisión de comprender la historia del arte para incorporarla a su propio contexto e inquietudes está presente en miles de obras que son patrimonio de quienes creen que los símbolos son posibilidades de asomarnos a la profundidad de nuestro espíritu.
Las obras podrían subir más de 20% tras su fallecimiento, casas de subastas ya sienten la fiebre de inversionistas que buscan comprar
Las obras del maestro botero han recorrido desde Sudamérica hasta Asia y Europa, ya sea con exposiciones fijas en museos y plazas
Son tantas las obras que realizó el maestro botero durante su trayectoria global, que los expertos no se atreven a hacer un estimado