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El concepto del optimismo lo tocó por primera vez John Maynard Keynes, que trabajó en la volatilidad de la demanda de inversión. Más adelante el concepto se integró en la economía a través de las expectativas de los consumidores, que mueven el gasto y el PIB.
Todos sabemos que la empresa del siglo XX configuró al “ciudadano moderno” y, particularmente, al consumidor del siglo XXI. Empresas, que si bien han entregado en muchos casos crecimiento real, bienestar social, progreso, inversión, avance científico y tecnológico, y otros apelativos asociados a las economías de mercado; también es bien cierto, que han sido las enormes depredadoras del planeta, de sus recursos y riquezas naturales; han acentuado en muchos casos la desigualdad social, la inequidad, la explotación y la injusticia, especialmente en América Latina, en gran parte de África y en una importante parte del Asia. Ahora bien, la pregunta esencial es cómo la empresa pública y privada hace que la agenda mundial del planeta sea su preocupación vital, en tanto no es posible una empresa sostenible si no procura un contexto sustentable. La clave está, diría, en asumir desde la empresa los Objetivos de Desarrollo Sostenible como el “objeto social, productivo y misional” de su actividad local, diaria y proyectual, obviamente sin perder el core business en su labor profesional.
Las empresas exitosas de hoy son las que desarrollan estrategias integrales adecuadas para incorporar los 17 Objetivos de Desarrollo del Planeta en su organización, bien sea desde sus planes de desarrollo hasta sus sistemas de relacionamiento con sus públicos internos, con sus stakeholders y con el planeta en general. Por un lado, pueden continuar (o iniciar, según sea el caso) con las acciones filantrópicas de carácter social, expresadas en donaciones, campañas y actividades puntuales que contribuyen a mejorar las condiciones de vida de sus empleados y sus familias o de terceros, en términos de “bienestar social” o mejoramiento ambiental, usualmente en entornos cercanos al radio de acción de la propia empresa donante. Este tipo de estrategias (filantrópicas) en general están bien vistas por la sociedad y por los medios de comunicación, y mejoran casi siempre los niveles reputacionales para la empresa o compañía. Sin embargo: no son suficientes. Lo ideal es que las empresas estén dispuestas a realizar una verdadera estrategia de cambio y de legítima incorporación misional con las personas, el planeta y el progreso con equidad.
Las expectativas en comercio exterior señalan que las exportaciones llegarían a US$35.000 millones a final de 2017.
Los principales programas van dirigidos hacia la mejora en la calidad de la educación
La alianza entre figuras públicas y empresas potencian el alcance de los programas de RSE