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La creciente tensión entre Rusia y los países de occidente por una posible invasión a Ucrania tiene en vilo al mercado energético, especialmente del petróleo y el gas
Es importante entender qué otros intereses están en juego, quién quiere esta guerra y por qué razones
Como sabemos, después de casi tres meses de conflicto, poco o nada se ha logrado a nivel nacional e internacional para mediar y detener el peligroso conflicto que asola Ucrania. De ahí la pregunta espontánea: ¿De quién es la culpa?
Rusia dejó claro hace mucho tiempo cuáles eran las condiciones para evitar una intervención militar. El medio "Politico" informó el 23 de diciembre de 2021 que la mayor preocupación de Rusia estaba relacionada con la amenaza que hubiera creado una mayor expansión de la Otan hacia el este. No solo eso: el Kremlin también pidió la retirada de las tropas estadounidenses de los territorios que ingresaron en la Otan tras la caída de la Unión Soviética, y el reconocimiento inmediato de las regiones independientes de Donetsk y Lugansk, que desde hace más de ocho años están en guerra con el ejército ucraniano. Una vez que estalló la guerra, las cosas no cambiaron.
Nos dijeron que las negociaciones toman mucho tiempo, y que por lo tanto habría que esperar, pero después de casi cuatro meses de conflicto, seis rondas de sanciones, más de US$50.000 millones en suministros de armas, la aceleración del proceso de entrada de Ucrania en la UE, y las conversaciones serias para la anexión de dos países históricamente neutrales como Finlandia y Suecia a la Otan, casi parece una broma. Por eso, hoy más que nunca, es importante entender qué otros intereses están en juego, quién quiere esta guerra y por qué razones.
En el tablero de ajedrez de las relaciones internacionales, nada se puede explicar a través de una narrativa. Todo se basa en unos principios que, aunque no les gusten, es mejor conocerlos antes de entrar en análisis. La teoría de relaciones internacionales más famosa, bajo la cual operan la mayoría de los estados y todas las superpotencias, se llama "realismo". Esta escuela de pensamiento identifica cuatro conceptos principales sobre los que giran las relaciones internacionales: anarquía, centralismo estatal, egoísmo y poder. La teoría explica que el sistema político internacional se considera anárquico por que no existe una autoridad supranacional, que los actores principales son los estados y no sus líderes, que estos estados tratan por todos los medios de garantizar su propia supervivencia, y que para hacerlo actúan en su propio interés salvaguardando o acreciendo su propia dinámica de poder. Volviendo a Rusia, la percepción de una amenaza a la seguridad nacional y el temor a un desequilibrio de poder en el sistema internacional son las razones más explicativas (no justificativas) que tiene el estado para desplegar sus fuerzas armadas. De hecho, ante la inexistencia de un ente supranacional con poder ejecutivo y ante la imposibilidad de salir de la lógica del antagonismo mutuo, una vez fracasada la diplomacia, es bien sabido que los estados recurren al uso de las armas como último recurso. La crisis de los misiles de Cuba en el 62' y la más reciente situación en Ucrania son los ejemplos más claros de cómo se crea esta dinámica.
Lo que queda claro de esta imagen es que hay dos superpotencias: Estados Unidos y Rusia, frente a frente respectivamente para afirmar y restablecer su influencia, poder y seguridad a nivel internacional; por un lado, un agresor que señala con el dedo a las bases militares y de misiles de la Otan en Europa del Este, contra el empuje de una Ucrania dentro de la UE y la Otan, y contra el principio de autodeterminación de la región suroriental de Donbas. Por otro lado, Estados Unidos, una hegemonía económica y militar en fase decreciente, con fines políticos expansionistas y con elecciones para la mayoría en el Congreso en unos meses. Luego tenemos a Europa... Un continente finalmente unido con enormes posibilidades económicas y comerciales dada su posición estratégica, que en vez de convertirse en mediador entre Oriente y Occidente y árbitro político entre el tradicionalismo que caracteriza a Oriente y el ultraliberalismo americano, se deja llevar por el Pentágono y la Casa Blanca en tomar decisiones vitales.
En este sentido, hay que decir que, si bien la política exterior del presidente Biden en este primer año y medio ha sido bastante desastrosa por la retirada de tropas en Afganistán, hay que reconocer que su forma de persuadir a los países europeos para que se queden con él es bastante mágica. De hecho, logró persuadir a toda la Comisión Europea junto con los líderes más importantes de sus estados miembros de enfrentar un suicidio económico para tratar de debilitar a Rusia. Buscando cortar el suministro de petróleo y gas ruso e imponiendo sanciones que dañan gravemente sus negocios, los países europeos sufren incluido la humillación de ver subir el cuesto de las facturas y de su tasa de desempleo mientras el rublo se consolida como la moneda más fuerte de 2022. (Bloomberg).
Desgraciadamente, la Europa de hoy se parece nada menos que a un soldado obediente, ciego, dispuesto a morir por alguien que decide desde la comodidad de su diván, y por sus propios intereses. Una situación aterradora y humillante para un continente que debería facilitar la diplomacia, en lugar de exacerbar las divisiones. Ya está claro para todos que ni la prolongación de esta guerra en suelo europeo, ni la imposición de sanciones kamikaze, tienen un beneficio a largo plazo para la Unión Europea: al contrario, funcionan como boomerangs para los países como Alemania, Hungría, Italia, Bulgaria, Eslovaquia, República Checa y Francia, que por mucho tiempo han sido socios comerciales de la Federación Rusa. No obstante, Europa sigue inclinándose ante su jefe de ultramar, atraída por la idea de hacer parte de la mayor alianza militar del planeta, pero sin la menor idea de lo que supone este aparente beneficio para la economía de sus estados miembros.
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