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El uso de la tecnología en nuestras vidas no hará más que incrementarse en los próximos años. Todas las cosas a nuestro alrededor estarán conectadas de una forma u otra. El acceso a Internet ya está integrado en los automóviles y en unas pocas décadas, poder ver la Web desde un vehículo será tan normal como cambiar la estación de la radio.
Mientras ese inevitable futuro se acerca, hoy en día es un poco más difícil conectarse a Internet en la gran mayoría de las zonas rurales del planeta. ¿Cuántas escuelas tienen Internet? ¿Electricidad? ¿Computadores?
Todas éstas son preguntas que desde hace bastantes años preocupan a los gobiernos, y que a finales del siglo pasado dieron origen al proyecto Un Computador Por Niño (OLPC, por sus siglas en inglés) que quería empoderar a cada estudiante con un computador para, de esta forma, reducir las diferencias en el acceso a Internet entre los segmentos pobres y más adinerados de un país.
Como toda gran propuesta, OLPC no ha estado exenta de controversia. Las críticas han sido numerosas y van desde que los computadores no son tan baratos como se pensaba -porque para alcanzar el precio más bajo se requieren pedidos de gran magnitud- hasta que los equipos son simplemente feos.
Otras críticas han sido dirigidas a la dirección del proyecto o a la extravagancia de algunas de sus propuestas, como tirar desde un helicóptero los equipos en zonas remotas con pocas vías de acceso.
Pero lo importante de OLPC no es la controversia que pueda rodear a esta organización, sino la idea que firmemente establecieron: es posible entregar un computador a todos los niños de edad escolar de un país. Desde mi punto de vista, ese es el legado más importante que esta organización nos ha dejado.
Aunque cueste creerlo, hace poco más de diez años la cantidad de escépticos sobre la viabilidad de OLPC era numerosa. Poco a poco la percepción ha cambiado, ya sea por avances tecnológicos que permiten sustituir la entrega de portátiles por tabletas (léase: abaratar costos), mejoras en tecnologías inalámbricas o el surgimiento de modelos exitosos que sirven como ejemplos para imitar.
Uno de estos modelos es indudablemente el Plan Ceibal de Uruguay, que ha entregado un computador -llamados ceibalitas- a cada estudiante del país para de esta forma eliminar las diferencias de acceso a Internet existentes en el país. El éxito del Plan Ceibal ha sido de tal magnitud que el proyecto fue consultado por expertos de Armenia, Colombia, Dominica, Ecuador, Honduras, México, Paraguay y Ruanda, entre otros países, con el objetivo de intentar emular los buenos resultados del proyecto.
Considero como un logro importante del Plan Ceibal que la entrega de computadores a una escuela no significa la conclusión de la conectividad, sino el inicio. También se minimiza el impacto mediático del proyecto como autoría de una sola persona. Es más, los anuncios de entrega de nuevos equipos o programas educativos no obtienen tanta cobertura en medios como en otras regiones.
Parte del éxito surge del monitoreo sostenido que se hace del impacto del proyecto en los estudiantes, y el establecimiento de una red de apoyo constante para dar mantenimiento a la infraestructura, reparar averías y actualizar el software de los dispositivos utilizados.
Por ejemplo, un estudio de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República en Uruguay encontró que la entrega de ceibalitas tuvo un impacto positivo en el desempeño de los niños. Mientras que una investigación del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) encontró que la reducción de la brecha digital existente entre la población estudiantil que asiste a establecimientos públicos y privados se debe mayormente al Plan Ceibal.
Estos datos no son despreciables, si se tiene en consideración la existencia de numerosos estudios que minimizan el impacto de los programas OLPC, como uno hecho por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en más de 300 escuelas rurales de Perú, que concluía que el acceso a computadores no incrementaba los resultados en pruebas académicas de los estudiantes.
Una publicación de la Revista Semana en Colombia reiteraba esta conclusión, al hacer una conexión entre los resultados de los estudiantes colombianos de un estudio comparativo sobre educación y el uso de la tecnología.
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