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La Encuesta Empresarial LR con 800 directivos y ejecutivo calificó la gestión del presidente Santos, de su gabinete y funcionarios.
Si hay momento para hacer balances es precisamente este que estamos viviendo en la recta final del gobierno de Juan Manuel Santos. Las cifras demuestran de manera incontrastable si las metas se cumplieron o fueron promesas de campaña que a estas alturas se pueden haber olvidado. Lo común en este tipo de balances -en otros momentos- es pedir compás de espera y ganar tiempo escudados en la lentitud burocrática y lo ineficaz que es el servicio público.
Hay un ingrediente adicional, que no le cabe a todos los gobiernos, pero sí al actual: cuando se es alto funcionario de un presidente impopular con dificultades para dejar sucesor, los ministros que son políticos, bajan el perfil y evitan al máximo impregnarse de la imagen del gobierno, debilitando el proceso de venta y posterior calificación. Al contrario pasaría cuando se es funcionario de un presidente popular que estaría buscando entre sus ministros a quién dejar en su cargo.
La mayoría de las veces quienes se han destacado en este gobierno como los mejores funcionarios, han sido profesionales no encasillados como militantes de partidos y que incluso en su trayectoria no se cuentan cargos públicos.
Por ejemplo, el ministro de Salud, que al no tener la política como un ejercicio profesional, hace su trabajo y se vuelve visible por cumplir con él. No hay cálculos políticos ni de visibilidad o de segundos planos, que sí tendrían otros con intenciones de mantenerse en la arena.
El exvicepresidente Germán Vargas Lleras es un caso a parte, es un dirigente de talla presidenciable desde antes que el actual jefe de Estado lo fuera, y esto le ha permitido ser percibido con cierta distancia frente a la impopularidad del gobierno y ser evaluado desde lo particular: al período de Santos se le evalúa en su conjunto, al exvicepresidente por sus ejecutorias en materia de infraestructura.
De ahí que la gran tarea no cumplida del Presidente fue conectarse con la gente a través de mensajes segmentados y no con un mensaje sombrilla (Prosperidad para todos), que además dice poco. La paz no es un mensaje sombrilla en este caso, porque tampoco se supo vender. Los colombianos entendimos la paz solo como un acto de negociación con las Farc.
Uno de los grandes yerros de Santos y su equipo es haber tratado sus comunicaciones como una unidad, como un proceso de venta del gobierno y no como la venta de la suma de logros diversos, determinando qué logros le interesaban a qué públicos.
Podría decirse sin riesgo a equivocaciones que cuando un ciudadano evalúa a un gobierno con el sol a sus espaldas y con los números en rojo, adicionalmente hay un componente emocional en medio de todo, que responde a las preguntas que se deben hacer en la Casa de Nariño todos los días, respecto a que si las cosas mejoran en un sector por qué los califican mal.
El grave problema es que el gobierno insiste en responder con mensajes racionales a críticas emocionales.
Los sicólogos alemanes de la escuela Gestalt, que se valen de formas para describir comportamientos, se referirían a este tipo de evaluaciones como un juicio global más importante que las particularidades. En sus palabras: “el todo es mayor que la suma de las partes”, y en este caso específico, la cara del gobierno (el todo) es la de Juan Manuel Santos, el presidente más impopular que ha tenido Colombia.
A falta de 384 días para que el presidente Santos entregue su cargo, todavía hay algunos retos económicos en la agenda de su gabinete
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A pesar de que los diagnósticos son heterogéneos, se observa una cierta convergencia en el descontento.