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Israel vivió El periodo conocido en círculos económicos como “la década perdida” en los años 80, pero analistas ven que las guerras actuales reviven ese fantasma
Fue sobre todo un fracaso de los servicios de inteligencia: en todo el estamento de seguridad había existido la convicción de que el enemigo de al lado estaba disuadido. Sí, se le había observado realizando ejercicios militares, pero no se atrevería a atacar. Entonces, a medida que los combatientes hostiles entraban en Israel, donde los soldados estaban de vacaciones en casa por una festividad judía, la muerte y la destrucción aumentaron rápidamente.
Israel tuvo que recurrir a Estados Unidos para obtener equipos y municiones. Fue una lección, dijeron los líderes, que el país necesitaba aumentar enormemente la preparación militar y el gasto.
Puede que suene al Israel de hoy, que libra una guerra implacable contra Hamás en Gaza. Pero en realidad es un relato de la Guerra del Yom Kippur de 1973, cuando los tanques sirios atravesaron los Altos del Golán sin obstáculos. Tras 18 días de conflicto extremadamente sangriento, Israel pasó años recalibrando el equilibrio entre defensa y desarrollo.
Lo que ocurrió entonces es visto por los economistas como un cuento con moraleja. La insistencia en que Israel no volviera a ser sorprendido con los pies en el suelo condujo a un enorme aumento del gasto en defensa, que alcanzó una media de casi 29% del producto interior bruto en 1973-1975.
Los efectos secundarios fueron devastadores. El déficit público creció hasta 150% del PIB, alimentando una inflación anual de 500%. El periodo, conocido en los círculos económicos como “la década perdida”, terminó en los años 80, cuando el país recurrió a especialistas externos para que le ayudaran a redactar duras reformas que redujeron drásticamente el gasto estatal, estabilizaron el shekel y atrajeron la inversión extranjera. Israel es hoy un país muy diferente, pero los paralelismos son inquietantes. La guerra de Gaza es la más cara de la historia del país:
El banco central ha calculado que el coste total del conflicto ascenderá a 250.000 millones de shekels (US$67.400 millones) hasta 2025. En el cuarto trimestre de 2023 se produjo una caída anualizada de la producción económica de 21,7%.
Antes de la guerra, el gasto en defensa se situaba en el mínimo histórico de 4,5% del PIB. Según Manuel Trajtenberg, profesor emérito del departamento de economía de la Universidad de Tel Aviv, este año se duplicará hasta 9%.
(En comparación, la proporción es de 3,4% en Estados Unidos y de 1,5% en Alemania, según datos recopilados por el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz). “La prueba decisiva será la capacidad del gobierno para reducir el gasto en defensa hasta niveles razonables en varios años. De lo contrario, podríamos volver a caer en otra década perdida”, afirma.
Algunos estudiosos dicen que el Israel de 1973, aislado, pobre y con una economía dirigida por el Estado, estaba en una situación tanto peor que la comparación es engañosa. En los últimos 15 años, el PIB per cápita de Israel ha aumentado por encima del de Gran Bretaña, Francia y Japón.
El número de empresas multinacionales que operan en el país ha pasado de menos de 150 a más de 400. David Brodet, antiguo director general del Ministerio de Finanzas, afirma que Israel entró en el conflicto actual con un gran stock de reservas de divisas y una deuda nacional baja, con un ratio deuda/PIB de alrededor de 62%, que ahora se espera que aumente hasta 67%.
No obstante, algunos expertos advierten de que la racha de crecimiento del país, de más de dos décadas, sólo interrumpida por la pandemia, está en peligro. Tal vez el mayor riesgo sea una inversión de los flujos de inversión en el importantísimo sector tecnológico si los gigantes internacionales abandonan sus apuestas y las nuevas empresas se marchan a otros lugares en busca de trabajadores.
“No podemos ni siquiera empezar a medir cuánta gente ha decidido no invertir en Israel a corto plazo, y mucho menos de forma permanente”, afirma Dan Ben-David, macroeconomista que dirige el Instituto Shoresh, un centro de investigación política de Tel Aviv.
“A diferencia de casi todas las demás guerras de nuestra historia, ésta no va a ser un episodio breve del que podamos recuperarnos rápidamente”, afirma Gad Yair, sociólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
“Esto se va a prolongar durante al menos dos o tres años mientras averiguamos cómo defender nuestras fronteras”. Además de Hamás, considerada una organización terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, Israel se enfrenta a amenazas a su seguridad por parte de milicias respaldadas por Irán, como Hezbolá en Líbano y los houthis de Yemen.
Zvi Eckstein, de la Universidad Reichman, afirma que preservar el éxito de Israel como exportador de tecnología depende de que se siga invirtiendo en la mano de obra de alta calidad del país. Sin embargo, son precisamente áreas como la educación y la salud, en las que Israel ya invierte menos que las economías desarrolladas, junto con el transporte y el bienestar, las que serán objeto de recortes de gastos en los próximos años, ya que los responsables políticos buscan liberar fondos para mejoras militares.
Karnit Flug, ex gobernador del Banco de Israel que ahora trabaja en el Instituto Israelí para la Democracia, afirma que, dado que la confianza de los ciudadanos en el gobierno central es tan baja, los presupuestos de educación y bienestar deberían transferirse a los municipios, a los que debería darse más poder para la prestación de servicios.
Hasta ahora, el gobierno ha hecho algunos recortes modestos en el gasto y ha introducido nuevos impuestos, pero depende sobre todo de la venta de bonos para cubrir un déficit presupuestario cada vez mayor, una fórmula que los economistas califican de insostenible.
Las presiones presupuestarias causadas por la guerra están acentuando las divisiones dentro de la sociedad israelí, en la que los dos deciles superiores de la población aportan 60% de todos los ingresos por impuestos directos.
Esos asalariados son también el núcleo de la fuerza militar de reserva. Cuando Hamás atacó y unos 300.000 reservistas se apresuraron a ponerse el uniforme, la industria tecnológica se encontró de repente con escasez de mano de obra, mientras que las empresas de la zona de Tel Aviv y alrededores perdieron a algunos de sus mejores clientes.
El primer ministro Benjamín Netanyahu está sometido a una presión cada vez mayor para que recorte algunos de los miles de millones de shekels en gastos que ha comprometido con los partidos ultraortodoxos y de derechas de su gobierno de coalición. Una carta al gobierno firmada por decenas de economistas advierte de una “espiral de colapso” en la que los ciudadanos israelíes mejor educados y con mayores ingresos optan por emigrar en lugar de soportar la carga de mantener a los ultraortodoxos y sus familias numerosas. Se pide el fin de las ayudas públicas a las escuelas que no forman a los alumnos para el mercado laboral moderno y la supresión de la exención del servicio militar obligatorio para los ultraortodoxos.
La mayoría cree que serían necesarias unas elecciones para imponer estos cambios. (Pero aunque muchos creen que el astuto Netanyahu ha agotado sus nueve vidas políticas, no hay garantías de que quien le suceda como primer ministro pueda gobernar sin el apoyo de los partidos de derechas. Dice Brodet, ex funcionario del Ministerio de Finanzas, “si el próximo gobierno también está dominado por los extremistas y los ultraortodoxos, podríamos enfrentarnos no a una década perdida, sino a varias”.
En paralelo al conflicto de Oriente Medio, la invasión de Ucrania por Rusia en 2022 es otro suceso que desencadenó una crisis económica y geopolítica de proporciones mundiales. Quasar Elizundia, estratega de investigación de mercados en Pepperstone, señala que este es uno de los hechos geopolíticos que más han afectado la macroeconomía global en la última década, pues la interrupción del suministro de gas natural de Rusia a Europa provocó drásticas subidas de los precios de la energía y obligó a los países europeos a reevaluar sus políticas de seguridad energética.
“Mientras, el papel de Ucrania como exportador mundial clave de cereales se vio gravemente afectado, lo que elevó los precios de los alimentos y desató el temor a una crisis mundial de seguridad alimentaria. Además, el conflicto repercutió en el suministro de metales esenciales, afectando a industrias estratégicas como la del automóvil. Estos factores contribuyeron al aumento de la inflación en varios países, dejando a los bancos centrales ante el reto de equilibrar el estímulo económico y el control de precios”.
Caroline Cabral, senior economist del Swiss Re Institute, señaló que dentro de los hechos geopolíticos más relevantes de los últimos año se tiene que mencionar no necesariamente un conflicto sino el fenómeno de la desaceleración de la hiperglobalización.
Esto se ve en el aumento de políticas proteccionistas, los cuales les da crédito de su impulso, en parte, a movimientos populistas en muchos países, lo cual ya se ha visto de forma incipiente la interrupción del comercio global y las cadenas de suministro. “Las tensiones comerciales entre EE.UU. y China que comenzaron aproximadamente en 2018 son el caso más prominente, pero otros países también han introducido aranceles y barreras comerciales en un esfuerzo por proteger las industrias locales, lo que está aumentando la fragmentación geoeconómica”.
Con esta tendencia política, las cadenas de suministro globales se han visto interrumpidas, lo que ha llevado a un aumento en los costos para las empresas y retrasos en la producción. Cabral señala que incluso algunas empresas se han visto obligadas a trasladar la fabricación a otros países, y las empresas en EE.UU. y Europa han trasladado cada vez más la producción fuera de China a otras regiones.
La economista del Swiss Re Institutedice que un evento como una escalada en la tensión geopolítica, por ejemplo, una guerra comercial disruptiva, o en los riesgos del mercado financiero, como un aumento repentino y pronunciado en la prima de riesgo de los bonos del Tesoro de EE.UU., podría llevar a uno de los dos escenarios adversos que monitorean: choques de oferta renovados o una recesión global”.
Un escenario de “choques de oferta renovados” prevé un choque estanflación, con aceleración de la inflación y crecimiento débil. Mientras que una “recesión global vería una caída generalizada en la demanda de seguros y una rentabilidad débil de las líneas expuestas”, añade la experta.
El estratega de investigación Elizundia, destacó que a excepción de Venezuela o Irán, que se han estancado principalmente debido al colapso institucional interno y a las sanciones, en la última década, “la mayoría de países han demostrado capacidad de recuperación, diversificando sus cadenas de suministro, acelerando la transición a las energías renovables y adoptando innovaciones tecnológicas, creando oportunidades de crecimiento sostenible a largo plazo. A pesar de los retos, ha sido también una época de aprendizaje y transformación estratégica”.
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