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El país caribeño enfrenta una explosiva crisis humanitaria a sus puertas, en la vecina Haití, donde se agrava desigualdad, la criminalidad
El actual presidente dominicano Luis Abinader, que ha impulsado una cruzada anticorrupción y ha ayudado a catapultar la economía del país desde los mínimos de la pandemia, parece encaminado a una victoria en la primera vuelta de las elecciones del domingo.
Abinader, un empresario convertido en político del gobernante Partido Revolucionario Moderno, obtuvo el 60% de la intención de los votos en una última encuesta de la firma Gallup-RCC Media a principios de mayo, una cifra que lo sitúa muy por delante de su rival más cercano, el tres veces presidente Leonel Fernández, con un 24,6% y de Abel Martínez, con un 11,1%.
El país caribeño enfrenta una explosiva crisis humanitaria a sus puertas, en la vecina Haití, donde se agrava desigualdad, la criminalidad y la corrupción.
Los asuntos pueden generar una gran participación entre los 8,1 millones de personas con derecho a votar por el próximo presidente, vicepresidente y miembros del Parlamento. Si ningún candidato obtiene más del 50% de los votos se organizará una segunda vuelta el 30 de junio.
Ninguno de los candidatos ha logrado todavía avances contra Abinader, de 56 años, quien desafía las etiquetas ideológicas tradicionales, impulsando una agenda proemprearial mientras dona su salario como presidente a programas sociales.
El exmagnate de turismo y la construcción, de pelo canoso, ha liderado una fuerte expansión económica impulsada en parte por el comercio con Estados Unidos. Eso le ha ayudado a obtener un índice de aprobación del 70%, según una encuesta de CID Gallup de septiembre, que lo ha convertido en uno de los líderes más populares en América Latina.
Abinader nombró a un tenaz fiscal general con el mandato de luchar contra la corrupción gubernamental en los primeros días de su administración, defendió la inversión extrajera y comenzó la construcción en 2022 de un muro fronterizo para frenar la inmigración ilegal procedente de Haití, una medida popular entre los electores.
"Simplemente, Abinader ha cumplido sus promesas. La economía es fuerte, se está desalentando la corrupción, la industria del turismo se ha recuperado desde el COVID", dijo Eric Farnsworth, un experto del Council of the Americas y Americas Society.
"La oposición es débil y está dividida. Prometieron unidad en la segunda vuelta de las elecciones, pero parece que no habrá una segunda vuelta de las elecciones", añadió.
Hogar de playas de arena blanca rodeadas de palmeras y un próspero sector manufacturero y agrícola, el país insular del Caribe ha crecido un promedio del 5% anual durante dos décadas, según datos del Banco Mundial.
Abinader ha mantenido el ritmo. Se espera que la economía crezca este año un 5,1%, afirma el Banco. Ha hecho campaña sobre su manejo ampliamente elogiado de la crisis de COVID-19, durante la cual aceleró la vacunación y rápidamente reabrió al turismo.
La medida catapultó al sector y a la economía, con una recuperación mucho más rápida que los competidores más cercanos como Puerto Rico, Cuba, Jamaica y las Bahamas, lo que abrió el camino para batir un récord de 10 millones de llegadas de extranjeros en 2023, según cifras de turismo de la ONU.
A pesar de los logros, sus detractores sostienen que Abinader, cuyo patrimonio neto declarado de 76 millones de dólares lo convierte en uno de los presidentes más ricos de América Latina, debe trabajar para garantizar que la riqueza del país llegue a los pobres, dijo Geovanny Vicente Romero, un político dominicano radicado en Washington D.C.
"La redistribución de la riqueza y la desigualdad (...) deben estar dirigidas a abordar la percepción general de que está liderando un gobierno 'Popi', en que la mayoría de sus miembros son blancos provenientes de familias de clase media y acomodadas", agregó.
"Popi" es el término en República Dominicana se usa para referirse los ricos, mientras que a los pobres se les conoce como Wawawa.
La crisis en la vecina Haití, que ha obligado a desesperados haitianos a cruzar la frontera, ha tensado aún más la cuerda de la seguridad social, alimentando la percepción entre muchos de que el crimen está fuera de control.
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