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John Maynard Keynes (1883-1946), además de ser el economista más famoso del siglo XX, marcó la política económica por décadas
A lo largo de la historia del pensamiento económico ha ocurrido, en diversas ocasiones, que determinadas doctrinas han controlado de forma abrumadora tanto las ideas como las políticas económicas de la época. En pocos casos este predominio ha sido tan marcado como en el período comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la década de 1970, los años de esplendor del keynesianismo.
John Maynard Keynes (1883-1946), además de ser el economista más famoso del siglo XX, fue un excelente escritor, que acuñó algunas frases que han llegado hasta nuestros días. Una de las más conocidas es la que afirma que la teoría económica de David Ricardo -el gran economista británico del primer tercio del siglo XIX, cuyos modelos fueron criticados por Keynes- conquistó Inglaterra como la Santa Inquisición había, en su día, conquistado España; en el sentido de que el dominio de su doctrina era absoluta y la disidencia era inaceptable. No es exagerado aplicar esta idea al keynesianismo en sus años de apogeo. Existían enfoques alternativos en el análisis económico, sin duda. Pero estos eran minoritarios y, en algunos casos, casi marginales.
Se ha discutido mucho por qué la obra de Keynes llegó a tener tal influencia en el mundo. No parece que su teoría fuera especialmente sofisticada e inmune a críticas; y parece que el propio Keynes era consciente de ello. Pero su Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero -su libro más famoso, publicado en 1936- ofrecía algo más que modelos teóricos. En él encontraron muchos de sus seguidores una doctrina aplicable al mundo real, que daba respuesta a la gran depresión de la década de 1930. Y, más tarde, parecía capaz de garantizar el buen funcionamiento de la economía, atribuyendo a los gobiernos el poder de actuar en forma contracíclica para resolver los viejos problemas de las crisis, el paro y las recesiones que, a lo largo del tiempo, se repetían de forma sistemática.
No es casualidad que Robert Skidelsky titulara el segundo volumen de su extensa biografía de Keynes El economista como salvador. Poca duda cabe de que el propio Keynes se vio a sí mismo como tal; y para algunos de sus discípulos se convirtió realmente en un nuevo mesías. La economía pasaba así a ser como la Biblia, en la que existía un "antiguo" y un "nuevo" testamento, con la obra de Keynes como punto de ruptura. Todavía resulta fascinante leer el brevísimo primer capítulo de la Teoría general en el que su autor divide prácticamente a los economistas en dos grupos, uno integrado por cuantos defendían la vieja teoría clásica -equivocada, naturalmente- y el otro constituido por él mismo.
¿Por qué entró en crisis una teoría que se definía como aplicable prácticamente a todas las situaciones por las que una economía pudiera pasar? Varias razones pueden explicar lo que ocurrió en las décadas de 1970 y 1980. La primera, la incapacidad de este modelo para explicar los problemas de la inflación con estancamiento que surgieron en aquellos años, que mostraron que los hechos no encajaban en un esquema que parecía claro y fácil de aplicar. Pero otra causa puede ser que muchos de los seguidores de Keynes simplificaron en exceso sus ideas para convertirlas en un recetario de política práctica, en el que el equilibrio presupuestario y la política monetaria ortodoxa quedaban arrumbados en el baúl de los recuerdos y se otorgaba al Estado el papel de protagonista de la gestión de la actividad económica. Las reglas a las que se suponía que debían someterse los gobiernos y los bancos centrales eran abandonadas y sustituidas por una amplia discrecionalidad que sería utilizada por las élites gobernantes para orientar la economía por el buen camino, evitando las depresiones y garantizando el pleno empleo.
En las últimas décadas del siglo XX se perdió la fe en este tipo de argumentos. Y el desarrollo de muchas instituciones y políticas económicas puede interpretarse como una reacción a este enfoque. Por poner solo un ejemplo. Supongamos que la Unión Monetaria Europea se hubiera anticipado 20 años. Es razonable pensar que sus reglas habrían sido diferentes y que las restricciones impuestas al Banco Central Europeo, en política monetaria, y a los gobiernos de los Estados miembros en política fiscal, habrían sido muy diferentes.
Sin embargo, las dos crisis del siglo XXI parecen haber rehabilitado algunos aspectos de la vieja doctrina, y algunos postulados del keynesianismo simplista siguen presentes en nuestros días.
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