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Luiz Inácio Lula da Silva consiguió una ajustada victoria para volver a ser presidente de Brasil tras convencer a más de 60 millones de votantes
Su tarea ahora será convencer a los inversores y a los mercados financieros, después de una campaña con pocas iniciativas e indicios de que planea abandonar el modelo pro-mercado de su rival derrotado, Jair Bolsonaro, y darle al Estado un papel más importante en la economía.
"Hay potencialmente muchas tensiones en lo que (Lula) ha prometido: mayor gasto en bienestar, mayor inversión pero responsabilidad fiscal. Los inversores necesitarán ver que Lula está comprometido con la responsabilidad fiscal tanto como con las otras promesas", dijo William Jackson, economista jefe de mercados emergentes de Capital Economics.
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El veterano político de izquierda había dado pistas a los inversores de que gobernaría como centrista, añadió Jackson. "Pero en algún momento tendrá que mostrar pruebas más concretas".
Los operadores adoptaron una postura cautelosa después de la victoria del domingo, y prefirieron esperar señales más claras del presidente electo sobre la estrategia económica y su elección como ministro de Economía. Lula ha dicho que prefiere a un político antes que a un tecnócrata, con su aliado Fernando Haddad, exalcalde de San Pablo, y Alexandre Padilha, exministro de Salud, entre los candidatos.
El real brasileño subió un 2% frente al dólar estadounidense el lunes tras una caída inicial, mientras que el índice bursátil local Bovespa recuperó las pérdidas iniciales y subió un 1,3%.
Sin embargo, las acciones de Petrobras, el productor de petróleo controlado por el Estado y la empresa más valiosa de Brasil, se desplomaron un 8,5%, reflejando la preocupación por un posible cambio en su dirección bajo el nuevo gobierno.
Lula, de 77 años, ha prometido impulsar el gasto público, especialmente en infraestructura y bienestar social, para distribuir la prosperidad tras una década de estancamiento del nivel de vida. Sin embargo, ha heredado unas finanzas públicas poco sólidas, con una deuda que se prevé que alcance casi el 89% del PBI el año que viene, y una economía que se prevé que se ralentice considerablemente.
Los inversores quieren ahora detalles sobre cómo el veterano líder del Partido de los Trabajadores (PT), que fue presidente de Brasil entre 2003 y 2010, pretende equilibrar el gasto extra con una gestión responsable de las cuentas públicas.
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"Los tenedores de bonos y los inversores en acciones están preocupados por lo que sucederá con la política fiscal", dijo Marcos Casarin, economista jefe para América latina de Oxford Economics.
En la campaña, el exsindicalista ofreció las líneas generales de una visión que sitúa al Estado en el centro del desarrollo económico.
Lula ha pedido un mayor papel para el BNDES, el banco de desarrollo controlado por el Estado, que la empresa estatal Petrobras deje de cobrar precios internacionales por el combustible y que se aumenten el salario mínimo y las pensiones.
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Una persona de la campaña dijo: "Las reuniones que hemos tenido con el sector financiero han sido productivas y nuestras ideas han sido bien aceptadas. Tengo la sensación de que se van tranquilos y satisfechos".
No todo el mundo está de acuerdo, ya que algunos recuerdan cómo terminó el último periodo de gobierno del PT.
Pedro Jobim, economista jefe del fondo de inversión Legacy Capital, dijo que esas propuestas no sólo eran "una mala política económica", sino "las mismas políticas que crearon las condiciones para la recesión, la impunidad y el caos al que el PT arrastró a Brasil, dejando cicatrices que tardarán décadas en sanar".
Un documento publicado la semana pasada por Lula también prometió mejorar los servicios públicos, como la salud, y eximir del impuesto sobre la renta a las personas de bajos ingresos. Pero fue poco claro respecto a cómo el Gobierno pagaría por ello.
"La carta era sólo una declaración de intenciones con una larga lista de aspiraciones que el Gobierno debería hacer", dijo Alberto Ramos, jefe del equipo de investigación económica de América latina en Goldman Sachs, añadiendo que carecía de detalles sobre "cómo financiar responsablemente muchas de las promesas de campaña fiscalmente costosas".
Sin embargo, muchos en el mundo empresarial y financiero tienen la esperanza de que el enfoque pragmático de Lula pueda evitar los errores de Dilma Rousseff, su sucesora elegida en 2011. Su política fiscal relajada y su intromisión intervencionista fueron culpables de llevar a Brasil a una profunda recesión.
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Lula ha señalado su propio historial para demostrar que se puede confiar en él para liderar la mayor economía de América latina. Decenas de millones de brasileños salieron de la pobreza gracias a un plan de bonos sociales que se puso en marcha durante su presidencia. Mientras el país se beneficiaba del boom de las commodities, su administración se ciñó en gran medida a la ortodoxia económica.
Sin embargo, el 1 de enero asumirá el cargo en circunstancias muy diferentes. El crecimiento de China, uno de los principales consumidores de materias primas brasileñas, se ha enfriado considerablemente, y los riesgos de una recesión mundial están aumentando, al igual que las tasas de interés en todo el mundo.
Tras las previsiones de crecimiento del PBI del 2,8% para este año, según una encuesta del banco central, se prevé que la expansión de la producción caiga al 0,6% en 2023.
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"Va a tener que producir crecimiento de la nada", dijo Mario Marconini, CEO de la consultora política Teneo. "[Lula] no ha tenido que lidiar con ese tipo de cosas antes".
Conseguir la aprobación del presupuesto del próximo año por parte de un Congreso fragmentado e inclinado hacia la derecha será un reto. El gasto ya ha aumentado debido a los mayores beneficios sociales concedidos por Bolsonaro en un intento de ganar la reelección, que Lula ha dicho que cumplirá.
La elección del ministro de Economía será crucial. Dado el estrecho margen de su victoria -obtuvo el 50,9% de los votos el domingo- Lula podría optar por un moderado.
"Una figura más favorable al mercado podría ser una buena noticia", dijo Rafaela Vitoria, economista jefe del Banco Inter. "Por otro lado, alguien que defienda más gasto y más intervención del Estado en la economía no sería bien recibido".
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