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El soborno ha alcanzado un nivel completamente nuevo ahora
Hay una lista de sobornos circulando en WhatsApp, que audazmente enumera, como en un menú de restaurante, las tarifas actuales: US$4.500 por un pasaporte, US$400 por una visa chilena, US$7.000 por eliminar un antecedente criminal, US$100 por el sello que valida los diplomas universitarios. Esas son las últimas ofertas de uno de los "gestores", o “reparadores”, que tienen una alta demanda en toda la ciudad.
Por lo general, no se anuncian tan descaradamente; lo que venden, después de todo, es ilegal. Hay que conocer a alguien que conozca a alguien que pueda contactarlo para poder hacer un trato. Pero incluso la circulación de esta lista pone de relieve cuán generalizado se ha vuelto aquí el soborno.
Venezuela, por supuesto, nunca fue exactamente una blanca paloma en lo que respecta a sobornos. En un país donde los funcionarios públicos han sido mal pagados durante décadas, este tipo de corrupción ha formado parte de la trama de la sociedad, ya sea algo pequeño para obtener una licencia de conducir o algo muy grande para adjudicarse una concesión pública.
Sin embargo, el soborno ha alcanzado un nivel completamente nuevo ahora. Está en todas partes, todo el tiempo. La gente trabaja con gestores para grandes tareas y usa un código en situaciones espontáneas: "Entonces, ¿qué podemos hacer?". Eso prepara el escenario para comprar un boleto de salida para la pesadilla de las interminables filas en los supermercados y las infernales interacciones en las agencias gubernamentales, donde la combinación de burocracia y escasos recursos volvería loco a Franz Kafka.
Los policías en los puestos de control todavía piden " algo pa’l fresco" para pasar sin problemas, pero muchos ya no están interesados en los miserables bolívares; exigen dólares estadounidenses. Cada vez más, el soborno es un negocio solo en dólares. Esos funcionarios civiles se vieron sumidos en la pobreza por el colapso económico y tienen poco interés en una moneda local que ha sido destruida por la hiperinflación. Y los venezolanos, especialmente aquellos desesperados por poner en orden sus papeles y huir del país, les dan en el gusto.
Todo es una locura en un país donde el salario mínimo asciende a unos pocos dólares al mes. Al mismo tiempo, es inevitable, porque las políticas mal orientadas han creado un lío tan grande que las coimas son la única manera de hacer las cosas. Después de que perdí mi tarjeta de identificación estatal, recorrí toda la ciudad visitando oficinas gubernamentales para conseguir una copia, y cada una era un fracaso. O no teníanmateriales, o las computadoras no funcionaban, o había una fila de locura alrededor de la manzana.
Una reparadora me dijo que ella podría ayudar, aunque me costaría una exorbitante suma de US$150. Y tuve que actuar rápido porque ella estaba empacando para salir de Venezuela.
"En este país no se puede vivir", dijo. No con los precios que ella cobra.
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