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La campaña electoral no ha servido para despejar incógnitas. Los sondeos vaticinan un empate técnico entre los bloques de izquierda y derecha
De confirmarse este escenario, los partidos independentistas volverían a ser claves para la conformación de Gobierno. Sánchez ha eludido pronunciarse sobre si pactaría con ellos, pero tampoco lo ha descartado.
La campaña electoral, breve y distorsionada por el agudizado desafío separatista en Cataluña, movimiento que ya no oculta su cara más virulenta, ha despejado pocas incógnitas y ha generado otras muchas.
A pocas horas de la nueva cita con las urnas, el horizonte político no permite atisbar el desbloqueo institucional en que está sumido el país desde hace muchos meses y sí una gobernabilidad tanto o más intrincada que tras el 28-A. Salvo un gran pacto de Estado entre PSOE y PP que permita gobernar a los socialistas y que, a fecha de hoy, es un enorme interrogante.
Dejando a un lado el CIS de Tezanos, que insiste en dibujar un arco ascendente para el PSOE, el grueso de los sondeos electorales profetiza un empate técnico entre los bloques de izquierda y derecha, más fragmentados que nunca y en ambos casos sin la mayoría suficiente para romper el atasco sin el concurso de los partidos nacionalistas e independentistas, los mismos que intentan socavar los cimientos del Estado constitucional desde el propio corazón de las instituciones democráticas.
Pedro Sánchez, que desde que ERC y el PDeCAT tumbaron sus Presupuestos en febrero pasado, abocándole a convocar elecciones, había intentado marcar distancias con el independentismo, eludió el lunes, durante el debate electoral, pronunciarse sobre si está dispuesto a pactar con los partidos de Junqueras, Torra y Otegi para revalidar su mandato, pero tampoco renegó de los secesionistas. Del mismo modo que no aclaró cuál es el modelo territorial que desea para España, si autonómico, federal o un híbrido de ambos.
Las encuestas auguran el estancamiento, e incluso cierto retroceso, del PSOE (hoy en 123 escaños), que, de cumplirse los vaticinios, vería penalizada su inacción ante la espiral de tensión y violencia en Cataluña a raíz de la sentencia del procés, que el ministro del Interior, Grande-Marlaska, calificó de "problema de estricto orden público". Una pasividad que el líder socialista, cuya receta para romper el bloqueo es que se permita gobernar a la lista más votada, justificó alegando que "la moderación de la respuesta es otra forma de fortaleza".
Los sondeos, cuya difusión está prohibida por la Ley Electoral desde el pasado lunes, no recogen el posible efecto del error mayúsculo cometido por Sánchez al enfatizar que la Fiscalía depende del Gobierno a la hora de cumplir su promesa de traer de vuelta a España a Carles Puigdemont.
Un supuesto desliz que, pese a los esfuerzos de rectificación del candidato del PSOE, atribuyéndolo al cansancio de la campaña, ha puesto en tela de juicio la autonomía del ministerio fiscal, ha hecho un flaco favor a la separación de poderes y ha otorgado munición de grueso calibre tanto a la oposición como a los propios partidos independentistas.
Habrá que esperar al veredicto de las urnas para calibrar el efecto de ese resbalón en las expectativas electorales del PSOE, en un contexto en el que el PP de Pablo Casado y, sobre todo, la formación ultraconservadora de Santiago Abascal, Vox, ya venían capitalizando en las encuestas la indeterminación de Sánchez respecto a la crisis catalana.
Los sondeos anticipan una notable recuperación del PP, desde los 66 diputados actuales hasta una horquilla de entre 90-100.
El giro al centro de Pablo Casado, su discurso de firmeza (pero sin crispación) ante el órdago separatista, y su énfasis en la gestión económica ante la desaceleración que ya se extiende por España, estarían detrás de esta remontada. Vox, por su parte, duplicaría su representación actual, al pasar de 24 escaños al entorno de los 50, espoleado en gran medida por su discurso maximalista y su promesa de mano dura frente a un secesionismo catalán recalcitrante que empieza a provocar una creciente contrarreacción en otros territorios.
Ambos partidos compiten, junto con el PSOE, que también aspira a sacar tajada, por el voto desencantado de un Ciudadanos al que las encuestas sitúan en sus horas más bajas, pese a los postreros esfuerzos de Albert Rivera para convencer a su electorado de que no es el responsable del bloqueo político. Los sondeos sitúan las expectativas electorales de Cs por debajo de los 20 escaños frente a los 57 obtenidos el 28-A, funesta predicción que, de cumplirse, auguraría un negro futuro a la formación naranja.
En la izquierda progresista, cuya fragmentación limita el crecimiento del PSOE por esa franja, Podemos, el partido que lidera Pablo Iglesias, perdería fuelle, pero resistiría la embestida que supone la irrupción del Más País de Íñigo Errejón. Su precipitado salto a la política nacional tendrá, según las proyecciones, un efecto limitado sobre el partido morado, cuyo objetivo en la recta final de la campaña ha sido frenar la fuga de votos a un PSOE que ya no es su socio preferente.
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