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Algunos críticos dicen que las ambiciones lunares de Israel son un delirio de grandeza, y que el país debería priorizar el cuidado de la salud.
En la noche del jueves pasado, apenas dos días después de su decisiva reelección, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, entró en el comando central del proyecto lunar Génesis, en el suburbio Yehud de Tel Aviv. Aún faltaban minutos para el primer alunizaje del país, pero Netanyahu exudaba su confianza habitual.
"Ya podemos decir que este es un gran paso para la humanidad y un paso gigante para Israel", proclamó. Israel, anotó, es el cuarto país en lograrlo, después de EE.UU., Rusia y China. "Hoy podemos decir que estamos en el mapa de la luna, ¡y es un logro fantástico!".
Bibi habló muy rápido. La aeronave, conocida como Génesis (Beresheet en hebreo) se estrelló mientras todo el país miraba. Un derrotado Netanyahu intentó hacer buena cara a un resultado decepcionante.
Junto a Netanyahu se encontraba Morris Kahn, el multimillonario israelí de 89 años cuya visión y dinero hicieron posible este, el primer vuelo a la luna con financiamiento privado. Dos días después estaba en televisión anunciando el lanzamiento de Génesis II. Planea obtener el dinero mediante financiamiento colectivo.
Génesis I costó aproximadamente US$100 millones. Kahn puso aproximadamente 40 por ciento y reclutó a un grupo de donantes judíos como Sheldon y Miriam Adelson para que pusieran el resto. La participación del gobierno israelí fue de alrededor de tres por ciento. Génesis II será más barata –tal vez 60 millones– y tomará alrededor de dos años. "No le estamos disparando a Marte" asegura el profesor Isaac-Ben-Israel, jefe de la Agencia espacial de Israel y miembro de la junta directiva de Kahn. "Volveremos a la luna, y mucho de lo que hemos construido y aprendido seguirá siendo útil".
Algunos críticos dicen que las ambiciones lunares de Israel son un delirio de grandeza, y que el país debería priorizar el cuidado de la salud, el transporte y otras preocupaciones domésticas. Pero las críticas se han visto acalladas por el hecho de que el programa espacial no compite por el dinero de los contribuyentes. El financiamiento colectivo añade un toque de igualitarismo al proyecto, aunque Space Il, la organización israelí que lo respalda, no rechazará a los donantes internacionales interesados en ayudar a Israel a entrar al club de los que han alunizado.
Génesis es más que un proyecto de prestigio. Es un argumento en la perpetua guerra cultural de Israel. "Se trata del tipo de país que queremos", asegura Isaac-Ben-Israel, quien además de liderar la Agencia espacial israelí es un general retirado y uno de los pensadores militares más influyentes del país. "Acabamos de elegir a un Knesset con una gran cantidad de miembros ultraortodoxos. Tienen derecho a estar allí, así es la democracia, pero se basan en la fe y miran hacia el pasado. Yo quiero vivir en un país que se base en el conocimiento y mire hacia el futuro".
Netanyahu, graduado de MIT, también respeta el conocimiento y el progreso. Pero su nueva coalición descansará, al menos al principio, en los partidos ultraortodoxos cuyas escuelas parroquiales apenas enseñan aritmética y ciencias básicas pero a menudo son consideradas heréticas. Los rabinos políticos no se opondrán al programa espacial mientras no haya lanzamientos durante el sabbat y no desvíe fondos de sus sistemas educativos.
Génesis promueve un tipo de educación diferente. Una de sus principales misiones es inspirar a los jóvenes a estudiar materias relacionadas con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Esto es particularmente cierto para las mujeres, quienes, de acuerdo con datos de Israel, tienden a ser las más interesadas en la ciencia relacionada con robots y exploración espacial. Ellas, a su vez, llenarán las filas de las divisiones técnicas del ejército israelí y alimentarán el voraz sector civil de la alta tecnología.
El programa Génesis tiene otros beneficios. La investigación y el desarrollo aeroespaciales darán vida a nuevos productos (los estadounidenses de cierta edad recordarán que el proyecto Gemini de la NASA nos dio el Tang). Además, también hay un beneficio de seguridad nacional.
Génesis –a diferencia de muchos de los otros satélites israelíes que orbitan la tierra– no tiene un propósito militar específico, pero sí un valor estratégico. "Es como la carrera espacial entre Rusia y EE.UU. en las décadas de 1960 y 1970", asegura Ben-Israel. "Los rivales ven lo que han hecho y se preguntan qué más pueden hacer. Sin duda, esto tiene un efecto disuasivo". Con el solo hecho de llegar a la luna –algo que solo EE.UU., Rusia, China, Japón, India y la Agencia Espacial Europea han logrado– Israel con toda seguridad ha atraído la atención de Teherán.
En todo caso, un fracaso es un fracaso. En la noche del fallido alunizaje, el presidente Rubi Rivlin invitó a aproximadamente docientos niños de todo el país y a sus familias a ver el evento en su residencia oficial en Jerusalén. La reunión fue transmitida en televisión y cuando llegó el anuncio de que el satélite se había perdido, la decepción fue palpable. Rivlin, una figura paternal, dijo a sus invitados que Israel eventualmente lo haría bien. Ese podría ser el lema nacional.
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