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Una vez dejada atrás la agitada agenda de la VI Cumbre de las Américas, el hecho de haber presenciado los múltiples foros, encuentros y debates que se generaron en la misma, lleva a cualquier inquieto por América Latina y sus procesos de integración, a detenerse en algunos asuntos puntuales que siguen sin resolverse en la región. Y es importante aclarar que aunque este tipo de reuniones son continentales, son realmente los territorios ubicados al sur del Rio Grande los que procuran soluciones a sus problemáticas más críticas.
En cada panel, foro o simple e informal conversación realizada en Cartagena, quien se atrevió a desglosar el tema de la pobreza coincidió en la profunda inequidad que continúa afectando a la región. Y es que en esta parte del mundo las cifras siguen estando en un promedio muy alto cuando se compara con otras áreas geográficas. No obstante, de acuerdo con la Cepal, hoy se está exhibiendo el menos negativo de los promedios durante los últimos 30 años. La pobreza en América Latina se sitúa en un 32%, y la citada mejoría podría ser atribuida a un crecimiento económico relativamente sostenido.
Entonces se habla con frecuencia sobre las fórmulas para el crecimiento económico de las naciones, terminando con un paradójico reduccionismo ligado al ascenso directo del producto interno bruto (PIB), que no es más que un elemental indicador de ingresos totales (renta) producidos anualmente por las economías, que involucra a todos los actores del sistema (nacionales y extranjeros). De ahí que un PIB en incremento no necesariamente significará una pobreza en decadencia. Además, porque es preciso mencionar que en la medida final no hay discriminación entre los sectores público y privado.
Puede, por tanto, determinarse (evitando escandalizar a los economistas por el reduccionismo planteado) que el incremento del PIB no necesariamente se compadece con el aumento directo, y al mismo nivel, de los dineros del Estado. Así, al desglosar juiciosamente el progreso de un indicador como el que se cita acá, es fácil descubrir las razones que llevan a las enormes disparidades sociales y a los niveles de pobreza existentes en la región. Al avance dado en ese producto interno bruto es necesario agregarle una efectiva actividad gubernamental. A la vez que se profundice en la capacidad de incidencia de las sociedades en relación con los gobiernos.
Muchos de los debates dados en la VI Cumbre de las Américas sirvieron para analizar el tema de la pobreza y la inequidad continental. Fue asunto de los actores sociales, dentro de los que se destacaron los jóvenes, las comunidades indígenas y el sector de los trabajadores. Pero también fue tema de los empresarios, quienes en sus diálogos con los gobiernos expresaron la necesidad de cambio frente a una situación que ya parece eterna.
Fue, entonces, cuando tuvo que acudirse al obligado tema de la educación. Los jefes de Estado o gobierno, el sector productivo y los múltiples actores sociales asistentes al encuentro coincidieron fácilmente en algo que se ha dicho cientos de veces, pero que no se apropia con facilidad: el diálogo entre la universidad, la empresa y el Estado es condición a cualquier plan de desarrollo en el mundo. Sin ello poco se avanzará. Para el caso colombiano existe ya una serie de universidades comprometidas con el diálogo directo con el sector productivo y los gobiernos departamental o nacional. Hay proyectos y programas en desarrollo que muestran resultados.
Sin embargo, es algo ilusorio presentarlo como la tendencia. Sin duda, cuando esta conexión se vuelva norma, y cuando todos los actores de la sociedad definan con claridad su objetivo conjunto y final, entonces podrá visualizarse una gran posibilidad de dejar atrás los actuales problemas sociales que hoy frenan drásticamente el progreso del país.
La competitividad se logrará por esa vía. Y, entonces, se facilitará la integración económica, social y física regional, siendo capaces de enfrentar el ritmo y la dinámica que en la actualidad lidera el continente asiático. Sólo esta región tiene las cosas tan fáciles de lograr. Resta esperar que los gobiernos no desaprovechen lo que ya está dado.
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