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Pedro Sánchez y Carles Puigdemont.
ESPAÑA

¿Peligra la democracia en España por las decisiones de reformas de Pedro Sánchez?

martes, 14 de noviembre de 2023

Pedro Sánchez y Carles Puigdemont, Diputado al Parlamento Europeo.

Foto: Expansión
La República Más

Ateniéndonos a los hechos, lo que Sánchez está haciendo es, como dice Isabel Díaz Ayuso, colar una dictadura por la puerta de atrás

Expansión - Madrid

Muchas de las cuestiones que Sánchez quiere imponer requerirían modificar el régimen constitucional, pero el presidente no quiere por nada del mundo consultarlas con los españoles.

Le apretó tanto Pedro Sánchez a Santos Cerdán para que cerrara el pacto con Junts, que el enviado, que anda escaso de formación jurídica, ha acabado firmando un texto que ni siquiera entiende. Posiblemente lo vieron otros que sí lo entendían, pero nadie se atrevió a contrariar a un jefe que empieza a estar angustiado.

El acuerdo es una ofensa directa al conjunto de los españoles, pero es un golpe con los nudillos a los abogados del Estado, a los jueces (a los progresistas, a los conservadores, a los no alineados e incluso a los decanos), a los fiscales, a los inspectores de trabajo, a los de hacienda, a los... Es una ofensa sembrar sobre todos la sospecha y una amenaza demasiado grave reventar a la bravas un principio básico de cualquier democracia como es la separación de poderes. Hacerlo desde el legislativo, creando comisiones de investigación, para acosar al poder judicial es una práctica de matonismo político propia de totalitarismos. El texto del acuerdo de los socialistas con Junts es posible que fuera difícilmente digerible incluso para el propio Cándido Conde Pumpido, presidente del Tribunal Constitucional, que ha demostrado tener un estómago hiperdesarrollado para comer todo lo que le cocina este Gobierno.

Con la excusa de recuperar la convivencia y el desarrollo en España, Pedro Sánchez se ha aliado con el mismo tipo que destrozó esa misma convivencia en Cataluña. Se ha arrimado al sujeto que provocó la huida de empresas y el que más empobreció su tierra. Tan descolocado ha quedado Sánchez por la natural respuesta de la sociedad española al oprobio, que ayer el Partido Socialista estaba intentando recoger el cable y explicar que lo que contenía el texto en el que aparecían lo logos del PSOE y de Junts era poco menos que una alucinación de Puigdemont. Lo que la sociedad española percibió, sin embargo, es que ya no hay líneas rojas ni principios, y que cualquier cosa es susceptible de negociarse si Sánchez lo necesita para gobernar. Ni el PSOE ni Junts van a romper un pacto que, después de tal acumulación de despropósitos, se saldaría con Sánchez en la UVI de la política y con el hombre de Waterloo otra vez a la intemperie. Ninguno puede retroceder, pero ambos se han condenado.

Lo que está ocurriendo en España desde que Pedro Sánchez llegó al poder no tiene parangón en más de cuarenta años de democracia, y el peligro está sobre todo en no advertir, incluso con vehemencia, de esta deriva. Por eso es importante que la sociedad civil se pronuncie. Lo que ha venido ocurriendo hasta ahora es que el presidente no se ha dado por aludido, tal vez porque solo escucha a un entorno cerrado que le da siempre la razón, y acaba por doblar la apuesta en cada nueva iniciativa.

Sánchez podría haber sido expulsado de su propio partido por intentar colocar una urna tras una cortina para engañar a sus compañeros. Podría haberse visto obligado a pedir perdón por los atajos para construir su tesis. Podría haber dimitido por nombrar a Dolores Delgado para destrozar la fiscalía o a José Félix Tezanos para pervertir el CIS. Debiera haber dimitido por engañar a sus votantes y por suprimir el delito de sedición y rebajar las penas por malversación, negociando con los delincuentes. Debiera haber sido reprobado por voltear una acción tan de consenso como la política exterior de España en un tema tan delicado como el Sáhara sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. Y ahora es acusado por toda la sociedad por querer modificar el régimen constitucional sin dejar que los españoles se pronuncien. El documento que ayer firmó con Puigdemont dudo que se lo hubieran aprobado sus propios militantes.

En estas circunstancias, ¿es precipitado hablar de golpe a la democracia? ¿Exageraba Isabel Díaz Ayuso cuando dijo que la dictadura está entrando por la puerta de atrás? ¿Es irresponsable que una representante política diga eso? Ni exageraba ni es irresponsable, a no ser que alguien crea que la salud de una democracia se sustenta en la colocación de urnas cada cierto tiempo. Esa es una expresión, pero en ningún caso representa a los órganos vitales que garantizan nuestra libertad. He oído que Franco ponía urnas y he visto como las ponía también Saddan Hussein. Incluso Puigdemont se gastó, no de su bolsillo, una buena pasta en ellas. Ni exagera ni es irresponsable decir lo que es evidente, a no ser que se prefiera a representantes que se mueven eternamente en el limbo de lo políticamente correcto y que optan por construir versos en vez de certezas.

Una dictadura es un régimen que carece de Estado de Derecho y de división de poderes, donde el Ejecutivo, al frente del cual suele aparecer una figura carismática, lo controla todo. Ateniéndonos a los hechos, lo que Sánchez está haciendo es, como dice Isabel Díaz Ayuso, colar una dictadura por la puerta de atrás. Y no puede haber tibieza en la condena, porque el marco que está definiendo Sánchez supone un ataque permanente a la democracia, empezando por crear un cordón sanitario con todo tipo de material para aislar a una derecha que representa a prácticamente la mitad de la población del país.

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