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Pobreza y ollas comunes, las otras secuelas que aseguran dejó la pandemia del covid-19 en Perú

lunes, 28 de diciembre de 2020
Foto: Gestion
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Perú

“Cuatro de cada diez niños son pobres en Perú”, lamentó la representante de Unicef en el país suramericano, Ana De Mendoza

Gestión - Lima

La pandemia azotó sin piedad las frágiles economías de millones de familias en el Perú, donde Unicef estima que 3,3 millones de personas cayeron en la pobreza en 2020, un fenómeno que propagó la instalación de ollas comunes como alternativa de subsistencia en los asentamientos más carentes del país.

De acuerdo con el último informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la pobreza monetaria entre los ciudadanos del país se incrementó de 20,2% en 2019 a 30,3% este año, lo que significa que 3,3 millones de personas caerán en la pobreza como consecuencia directa de la pandemia del coronavirus.

El escenario es todavía más trágico en la niñez y adolescencia, pues se estima que en esta franja la pobreza alcanzará el 40% de la población, al pasar de 2,9 millones de niños y adolescentes pobres en el 2019 a 4,1 millones en 2020.

De esa manera, son 1,2 millones de nuevos niños y adolescentes que sobreviven con menos de US$1,9 al día.

“Cuatro de cada diez niños son pobres en Perú”, lamentó la representante de Unicef en el país suramericano, Ana De Mendoza, quien añadió que estas “son cifras comparables a las que tenía Perú hace 10 años”.

El informe de Unicef prevé, además, que la pobreza extrema afecte al 9,5% de niños y adolescentes, un porcentaje superior al 4,2% de 2019 y que, en términos absolutos, significa que 522.000 niños y adolescentes caerán en la extrema pobreza.

“Son datos realmente duros”, pues “tememos que este año se doble la pobreza extrema” al pasar de 452.000 niños y adolescentes en el 2019 a 974.000 este el 2020, remarcó De Mendoza.

Uno de los países más golpeados de la región
De acuerdo con las estimaciones de la agencia de las Naciones Unidas, el aumento de la pobreza será de 15% entre los niños y adolescentes a nivel global, un porcentaje que sube a 22% en América Latina y que, en Perú, repunta casi a 43%.

Según De Mendoza, “el Estado peruano estaba peor preparado de lo que pensaba” para afrontar la llegada del coronavirus, pues “los sistemas de salud, educación y protección social se vieron absolutamente desbordados, mucho más que en otros países de la región”.

De hecho, Perú, que se encuentra a la expectativa de una eventual segunda ola de contagios, ha sido uno de los epicentros mundiales de la pandemia durante el primer pico hasta ser hasta hace poco el país con la tasa de mortalidad más alta del mundo por esta enfermedad.

Todo esto, sumado a casi un 75% de economía informal, “hace que cualquier variación en el ingreso en las familias tenga una repercusión directa en la pobreza infantil”.

De acuerdo con la representante de Unicef en Perú, erradicar la pobreza “tiene que ser una prioridad no solo del Gobierno, sino de Estado”.

“Un país como Perú, a las puertas de entrar a la Ocde (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), no puede permitirse tener 4 de cada 10 niños pobres” y menos aun sabiendo que “tiene capacidad para distribuir de una forma mejor” la riqueza, criticó De Mendoza.

Lideresas de la subsistencia colectiva
La cuarentena desnudó las carencias de millones de familias peruanas que vivían de su trabajo diario, sin ahorros, pero cuyo afán por sobrevivir a los abruptos desafíos de la pandemia hizo aflorar una expresión vecinal de emergencia, un tipo de cocina colectiva, bautizada como ollas comunes.

“Las ollas nacieron de manera espontánea” ante “la necesidad de resistir” a la “falta de trabajo, dinero y comida”, explicó a Efe la trabajadora social Gianina Meléndez, una de las fundadoras de Manos a la Olla, un colectivo que “acompaña y fortalece” tres ollas del populoso distrito limeño de Villa María del Triunfo y otra del vecino San Juan de Miraflores.

Meléndez, de 30 años, insistió en el rol esencial de las mujeres en estas iniciativas y detalló que, con el paso de los meses, las ollas “han ido mutando” y “mejorando” su organización gracias a la “gestión de las lideresas”, quienes se articulan a través de una “junta directiva”.

Aunque el apoyo financiero viene en gran parte de donaciones solidarias, las familias de la comunidad también “se comprometen a un aporte” simbólico por plato de comida que, dependiendo del asentamiento, varía entre S/ 1 y S/ 1.5 (US$0,28 y US$0,42).

Según el registro de la Municipalidad Metropolitana de Lima, solo en las cercanías de la capital peruana hay más de 750 ollas comunes, aunque el número puede ser mucho mayor debido a la dificultad de rastreo.

De olla a comedor social
La olla “La Esperanza” reparte todos los días dos porciones de comida para los vecinos de uno de los asentamientos humanos del populoso distrito limeño de Villa María del Triunfo.

“Ofrecemos desayuno y almuerzo, sin cena porque no nos alcanza más”, lamentó Vilma Aronez, una de las líderes de esta cocina colectiva de la comunidad de Nueva Vista.

La mujer, de 46 años, vive “en la punta del cerro” con sus dos hijos, de 8 y 16, y su marido, quien en marzo dejó de ganar el único sustento familiar tras perder su empleo en una compañía telefónica.

Ante tal situación, Aronez y otras vecinas de la comunidad decidieron organizarse: “Dijimos: ‘algo hay que hacer para que la comida nos alcance’”.

Así, la olla “La Esperanza” empezó a funcionar de manera improvisada a finales de abril, sirviendo raciones “solo a los pequeños”, pues estaba dirigida específicamente a menores de edad por considerarlos una población de mayor riesgo.

Pero con las ayudas, la olla creció y llegó a servir comida a otros dos asentamientos humanos, atendiendo a un total de 250 personas.

Las familias beneficiarias pagan S/ 1 (US$0,28) por comida y, además, se rotan en una especie de “cronograma semanal”, de manera que a cada una le toca cocinar un día por semana.

Con la reapertura gradual de las actividades económicas en Perú, descendió el número de platos y vecinos a los que servir, de manera que en “La Esperanza” ahora acuden unas 35 personas y se preparan 90 raciones diarias, según detalló Aronez.

Aun así, a corto plazo, las líderes no prevén poner punto y final a esta cocina colectiva sino que, por lo contrario, pretenden formalizar la iniciativa y convertirla en un comedor social.

“Hay que seguir, nuestra meta es formar un comedor porque esta es la única forma que tenemos para recibir ayuda de la Municipalidad”, auguró la mujer.

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