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Trump siempre ha defendido enérgicamente la versión de su éxito. Demandó al periodista Tim O'Brien por difamación por afirmar en un libro de 2005 que su riqueza era inferior de lo que parecía
Aunque la demanda civil de esta semana no supone una amenaza de pena en prisión, reduce en US$2.200 millones la supuesta fortuna del ex presidente de EEUU.
El tamaño siempre ha importado a Donald Trump, ya sea el de una torre de pisos de lujo o el de su cuenta bancaria.
Así que era de esperar una reacción cuando el ex presidente apareció esta semana en un tribunal de Manhattan, a la vez estrella y espectador, para un juicio en el que sus afirmaciones sobre la magnitud de su patrimonio fueron objeto del escarnio público.
Trump entró en la sala el lunes por la mañana con aspecto de haberse tragado una avispa y mantuvo el ceño fruncido durante todo el proceso.
Con los brazos cruzados sobre el pecho, susurraba de vez en cuando a su abogada, Alina Habba. En los descansos, salía a un vestíbulo lleno de cámaras de televisión para arremeter contra sus opositores. Declaró que el magistrado Arthur Engoron era "un juez sin escrúpulos" y que "odiaba a Trump". En su opinión, Letitia James, la fiscal general de Nueva York que presentó la demanda civil, y que es negra, es "una racista".
El segundo día, Trump pasó a un objetivo inesperado: la secretaria del juez, Allison Greenfield, a la que llamó "novia de Chuck, Schumer, líder del Senado" en un post en su red social. También publicó la foto de Greenfield en Internet, lo que provocó una orden de silencio del juez.
Ken Frydman, consultor de comunicación y antiguo portavoz del ex abogado de Trump Rudy Giuliani, explicó que Trump estaba utilizando la sala del tribunal para apelar a los seguidores que son receptivos a sus acusaciones de maltrato por parte del sistema judicial. Sus desplantes han venido acompañados de correos electrónicos para recaudar fondos ofreciendo artículos de Maga.
Sin embargo, Frydman añadió: "Su ego y su identidad se ven reforzados por sus propiedades inmobiliarias. Si a Trump le quitan la Torre Trump, se podrá en posición fetal".
Esta demanda civil, en la que se acusa a Trump de exagerar su riqueza -hasta en US$2.200 millones de anuales para obtener préstamos y otros beneficios- no conlleva la amenaza de penas de cárcel, a diferencia de las causas penales pendientes por su conducta en torno a los resultados de las elecciones de 2020.
Pero para algunos veteranos expertos en analizar los movimientos de Trump, el hecho de que se cuestione su riqueza parece haber tocado una fibra sensible. Se trata de un ataque al mito de Trump lanzado con su autobiografía de 1987, The Art of The Deal (El arte del trato), alimentado por su programa de telerrealidad, The Apprentice (El aprendiz), y validado por su victoria en la Casa Blanca en 2016.
Trump siempre ha defendido enérgicamente la versión de su éxito. Demandó al periodista Tim O'Brien por difamación por afirmar en un libro de 2005 que su riqueza era inferior de lo que parecía. Trump perdió.
El caso de Nueva York ha tenido un extraño tinte dramático desde que Engoron emitió una sorprendente sentencia en vísperas del juicio, en la que concluía que Trump había cometido un delito al exagerar el valor de su apartamento tríplex y otras de sus propiedades.
Aún así, queda mucho en juego. Basándose en el juicio, Engoron decidirá si Trump debe pagar una indemnización por daños y perjuicios de hasta US$250 millones y si se le retira -junto con sus hijos adultos, Donald Jr y Eric- el derecho a hacer negocios en Nueva York, la ciudad donde Trump nació y construyó su leyenda.
Para el equipo de abogados de Trump, encabezado por Christopher Kise, el juicio es también una oportunidad para lanzar una serie de objeciones y preparar el terreno para una apelación.
El miércoles por la noche, Trump viajó a su residencia Mar-a-Lago en Palm Beach. En su ausencia, el ambiente en la sala se había relajado notablemente el jueves por la mañana. La atención se desplazó del ex promotor inmobiliario, presidente y estrella de la telerrealidad a un debate sobre prácticas contables y un examen de las celdas de la hoja de cálculo Excel.
En el centro del debate estaba Jeffrey McConney, el ex controlador de la Organización Trump, que durante años elaboró las declaraciones del patrimonio de Trump.
Después de horas en el estrado, McConney se resistió a una sugerencia aparentemente directa que le hizo el fiscal Andrew Amer: que el precio de venta de un apartamento de lujo era una mejor base de comparación para una valoración del ático de Trump que el precio que se pedía.
Esto se produjo después de que McConney reconociera en su testimonio que había aumentado el valor declarado de la unidad de Trump en US$100 millones de 2011 a 2012 después de que un corredor de Trump le enviara una nueva estimación basada en el precio de venta del apartamento de un príncipe saudí. Ese apartamento se vendió finalmente por un 40% por debajo del precio de venta.
"Hay muchas formas de calcular el valor actual estimado", aseguró McConney. Al hacerlo, parecía estar aferrándose al argumento central de los abogados de Trump: que la contabilidad no es una ciencia cierta.
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