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La actividad china en la región está cambiando, los recursos naturales de Sudamérica guiaron las inversiones de la potencia en la primera década
¿Hasta qué punto debería preocupar a Washington la creciente presencia de China en América Latina?
La nueva camada de Gobiernos de izquierda de la región está ansiosa por que siga creciendo, entusiasmados con la posibilidad de que el gigante asiático pueda proporcionar una vía de desarrollo económico viable, que ofrezca el atractivo adicional de eludir a su antigua némesis, Estados Unidos. “Lo que Brasil quiere proponer a China es que tenemos que construir cien cosas”, declaró el presidente Luiz Inácio Lula da Silva a su llegada a China el mes pasado. En palabras del ministro de Hacienda brasileño, Fernando Haddad, el objetivo es “reindustrializar Brasil en asociación con el capital chino”.
La actividad china en la región está cambiando. El estrecho enfoque en obtener acceso a los vastos recursos naturales de Sudamérica, que guió sus inversiones durante la primera década y media del siglo, se ha extendido a una cartera que incluye empresas de generación de energía renovable, telecomunicaciones, distribución eléctrica e incluso viajes compartidos.
El aparato de seguridad nacional estadounidense definitivamente se está poniendo nervioso. En palabras de la general del Ejército Laura Richardson, jefa del Comando Sur de EE.UU., en una comparecencia ante el Congreso el mes pasado, las incursiones chinas representan “un riesgo estratégico que no podemos aceptar ni ignorar”.
Sin embargo, el patrón de la actividad china en América Latina sugiere que ambos escenarios son un poco exagerados. Xi Jinping no tiene motivos para reindustrializar Brasil. Y las innumerables inversiones de China en América Latina siguen siendo relativamente pequeñas, y demasiado dispersas, como para justificar los temores de que un gigante hostil está encima de EE.UU. desde el otro lado de la frontera sur.
En palabras de David Dollar, antiguo experto en China del Banco Mundial y del Tesoro estadounidense que actualmente trabaja en la Brookings Institution, “es un malentendido pensar que hay una China dirigiendo las decisiones de inversión”.
¿Qué quiere China por su dinero? Enrique Dussel Peters, coordinador de la base de datos de inversión china compilada por la Red Académica de América Latina y el Caribe sobre China, destaca un claro cambio en la composición geográfica y sectorial.
El porcentaje de inversión en materias primas ha ido disminuyendo de forma sostenida, desde cerca de 95% en los cinco años que van de 2005 a 2009, hasta poco más de 41% en los tres últimos. China sigue interesada en la energía, pero ya no se centra únicamente en los combustibles fósiles, sino que cada vez destina más dinero a la generación solar y eólica. Las inversiones en servicios locales —desde la red eléctrica de Lima hasta el Club Med de Santo Domingo— han pasado de poco más de 1% de la inversión total en el período 2005-2009 a algo menos de 35% en 2020-2022.
Con el cambio del enfoque industrial, también se ha modificado la presencia regional del capital chino. En los primeros cinco años del siglo, Brasil atrajo alrededor de 77% de toda la inversión directa china en América Latina y el Caribe. El año pasado solo atrajo 47,5%. México, por su parte, aumentó de 11% a 21%, mientras que Argentina pasó de casi nada a 26%.
Es natural que el dinero chino genere expectación, sobre todo si se tiene en cuenta que empresas estadounidenses como Ford abandonaron Brasil y Sempra Energy, Perú. La inversión directa neta de China en América Latina ha superado a la de EE.UU. en los últimos años. Se ha convertido, por lejos, en el mayor mercado de exportación de Sudamérica. Según Cynthia Sanborn, del Centro de Estudios sobre China y Asia-Pacífico de la Universidad del Pacífico en Perú, estamos en otra época de auge potencial. La transición energética mundial está en marcha y América Latina es un yacimiento de muchos minerales estratégicos, destaca.
En marzo, Honduras rompió con Taiwán para establecer relaciones diplomáticas con China continental. En Paraguay, el último país sudamericano que mantiene una embajada en Taipéi, el principal candidato de la oposición, Efraín Herrera, dijo que también hará el cambio si gana el domingo. El año pasado, el presidente Alberto Fernández firmó un convenio para incorporar a Argentina a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, uniéndose a otros 20 países latinoamericanos a cambio de US$23.700 millones en proyectos e inversiones previstos por China.
Sin embargo, la historia no encaja ni con los sueños de Brasilia ni con los temores de Washington. “La inversión directa de China no busca necesariamente industrializar América Latina, busca el acceso a las materias primas”, dijo Dussel Peters. “Pero las transacciones de los últimos años muestran una creciente orientación hacia los mercados internos”. La vieja lógica de la inversión china —comprar minas por los minerales, y puertos y ferrocarriles para enviarlos— funciona ahora junto a otra motivación: encontrar nuevos mercados menos desarrollados en los que crecer. Esto se aplica tanto a la entrada de Didi en México, Colombia y Brasil como a la compra por parte de China Yangtze Power de gran parte de la red eléctrica de Lima a Sempra.
¿Y el desarrollo industrial? México se ha beneficiado un poco de las inversiones de los fabricantes chinos que intentan sortear las nuevas barreras arancelarias de EE.UU. contra los productos chinos. Pero aparte de eso, hay muy pocas pruebas: menos de 20% de la inversión china en la región en los últimos tres años se destinó a la industria manufacturera.
No cabe duda de que el mayor productor mundial de baterías de iones de litio estará muy interesado en explotar los vastos yacimientos de litio de América Latina. Sin embargo, hay cierta distancia entre esto y la aspiración a un renacimiento industrial a costa del dinero chino.
A principios de este año, el presidente argentino, Alberto Fernández, declaró a la televisión china que “cada vez que hablo con un inversionista chino insisto en que, si vamos a explotar el litio, transformemos el litio en baterías y exportemos las baterías y no el litio en bruto”. Sin embargo, mientras que los inversores chinos han invertido miles de millones en proyectos de minería de litio en Argentina desde 2018, hasta ahora no hay inversiones en baterías de iones de litio.
El sueño de Fernández no cuadra con la estrategia “Made in China 2025” de Pekín para potenciar su fabricación avanzada. Tanto él como Lula podrían recordar los vertiginosos días de principios de este siglo, cuando el apetito de China por las materias primas ayudó a impulsar una buena década de rápido crecimiento económico en toda Sudamérica. Incluso antes de que China se desacelerara y las economías sudamericanas se hundieran, se extendió el temor de que el abrazo de la potencia manufacturera asiática estuviera desindustrializando sus economías, socavando su base industrial al tiempo que avivaba la demanda de sus materias primas.
Washington, mientras tanto, tal vez quiera reevaluar el miedo con el que reacciona a cada movimiento chino. Evan Ellis, profesor de Estudios Latinoamericanos en el Instituto de Estudios Estratégicos del US Army War College, sugiere que en los últimos 20 años China ha perseguido un objetivo en América Latina: la capacidad de promover su propia prosperidad.
Esto lo abarcaría todo, desde garantizar el acceso a los alimentos para su población y a los recursos naturales para su desarrollo industrial, hasta encontrar mercados en los que captar valor añadido para las empresas chinas, e incluso quizás comprar buena voluntad y moldear los sistemas políticos de la región para garantizar que nadie se interponga en el camino de China hacia sus objetivos.
Es cierto que las empresas públicas representan alrededor de 70% de la inversión directa china en América Latina. Se podría justificar una historia sobre el avance del Estado chino en la región. Pero la diversidad de sectores y actores individuales —Huawei, pero también el gigante del transporte privado Didi— sugiere que el argumento de que China está construyendo un arsenal estratégico de inversiones al sur de la frontera es algo exagerado. “Hay mucha competencia entre las distintas burocracias chinas y las empresas públicas”, afirma Dollar. “No creo que exista un plan maestro”.
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