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Economías de Oriente Medio y el Norte de África necesitarían expandirse un promedio de 3,8% anual durante las próximas décadas
Cuando la directora del Fondo Monetario Internacional visitó El Cairo el mes pasado, se encontró contemplando a Egipto en forma de un enorme mapa mural tejido, cuya complejidad podría ser una metáfora de su delicada tarea en el mundo árabe.
La abrupta e inusual misión diplomática de Kristalina Georgieva subrayó el sentido de urgencia del prestamista de Washington acerca de preservar la estabilidad en Medio Oriente, mucho antes de que los acontecimientos de esta semana en Siria mostraran aún más cuán frágiles pueden ser sus gobiernos.
Ahora que los rebeldes tienen el control de Damasco, los gobernantes de economías que han visto muy pocos avances en sus niveles de vida desde que estalló la Primavera Árabe hace 15 años observan con inquietud cómo otro incendio arde en una región ya asolada por el conflicto en Gaza y los trastornos en el Mar Rojo.
“Incluso antes de Siria, los riesgos políticos eran altos en Oriente Medio”, escribió Ziad Daoud, economista jefe de mercados emergentes de Bloomberg Economics, en un informe esta semana. “La caída de Assad no ha hecho más que aumentar las amenazas”.
La sensación de estar siendo superados por los avances de los países más ricos del mundo, sumada a las repercusiones económicas de los problemas de la región, la represión constante y la furia generalizada en las calles por la difícil situación de los palestinos, alimentan una persistente sensación de angustia que se cierne sobre las capitales, desde El Cairo hasta Ammán.
Aunque las esperanzas que dieron lugar a protestas generalizadas en ciudades de todo Medio Oriente se han disipado hace tiempo, la promesa incumplida de levantamientos no se ha olvidado, y las condiciones que impulsaron los disturbios que comenzaron a fines de 2010 todavía están presentes.
“No podemos salirnos con la nuestra, porque ya hemos visto lo que pasó la última vez”, dijo Shantayanan Devarajan, quien anteriormente fue economista jefe del Banco Mundial para Oriente Medio y el Norte de África, en una entrevista el mes pasado. “Ya hemos visto esta película antes”.
El país más poblado de la región, Egipto, tuvo un papel protagónico durante la Primavera Árabe y es un foco clave en la actualidad, ya que el gobierno del presidente Abdel-Fattah El-Sisi es ahora el mayor receptor de préstamos del FMI después de Argentina, tras dos crisis monetarias.
Otros países, desde Túnez hasta Jordania, también se enfrentan a distintas combinaciones de estancamiento económico y frustración.
Los costos de los alimentos, una de las quejas que llevaron a la revuelta inicial en Túnez, han sido un factor clave en algunos países de Oriente Medio. El más afectado es Egipto, cuya inflación alcanzó un máximo de 38% el año pasado y aún no se ha disipado significativamente.
Las consecuencias aún se sienten, y Umm Youssef, cuyo antiguo empleo en el sector de la restauración en El Cairo le reportaba un salario mensual estable de 10.000 libras egipcias (US$200), es una de las perdedoras de aquel episodio. Ahora sobrevive con un trabajo informal aparcando coches.
“Con el aumento de los precios, comemos carne sólo una vez al mes o dos”, lamentó en una entrevista en el norte de El Cairo.
Los episodios anteriores de inflación tampoco se han reflejado en aumentos salariales. El ingreso per cápita promedio en la región de Medio Oriente y el Norte de África ha aumentado apenas 62% en los últimos 50 años, según el Banco Mundial.
Esto contrasta con una aceleración cuádruple en las economías emergentes y en desarrollo y un aumento del doble en las avanzadas.
Para Basel, un hombre de 45 años que vive en la capital jordana, Ammán, el impacto ha sido devastador. Casado y con cuatro hijos, recientemente renunció a su trabajo como ingeniero agrónomo porque su salario no se ajustaba a la inflación. Ahora se gana la vida como conductor de Uber.
La reducción de los ingresos no sólo refleja inflación, sino también un estancamiento de largo plazo en una zona del mundo que ha luchado por generar una prosperidad significativa.
Las economías de Oriente Medio y el Norte de África necesitarían expandirse un promedio de 3,8% anual durante las próximas tres décadas para alcanzar incluso la mitad del nivel de producto interno bruto per cápita de los mercados fronterizos actuales, según las estimaciones del Banco Mundial.
La región sufre un “bajo crecimiento crónico”, dijo Roberta Gatti , economista jefe del banco para Mena, en una entrevista.
Karen Young, investigadora principal del Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia, observó que muchos países enfrentan “tremendos vientos en contra en el frente económico”.
“Esto no es algo nuevo, sino que se está afianzando en términos de cargas de deuda y falta de productividad, y de captura de industrias por parte del Estado”, afirmó. “Es un agujero profundo”.
Los jóvenes de la región son los más afectados por la pérdida de prosperidad, lo que alimenta el descontento entre un grupo demográfico que en el pasado impulsó las protestas de la Primavera Árabe. El desempleo entre los jóvenes es mucho mayor que en el resto del mundo y muchos dependen del empleo informal.
Incluso en Marruecos, una de las economías más fuertes de la región, cuatro de cada diez jóvenes no tienen trabajo. De los jóvenes de entre 15 y 24 años, 1,5 millones no tienen trabajo y no estudian ni siguen una formación profesional.
Otro factor que aumenta la frustración en la región es la corrupción generalizada y las restricciones a los derechos civiles.
Egipto, por ejemplo, aparece clasificado sólo unos pocos puestos por encima de Afganistán y Venezuela, en un sistema de puntuación del World Justice Project, con sede en Washington, que evalúa a los países según dichas métricas.
Es difícil juzgar si en esos lugares se avecina otra Primavera Árabe, sobre todo porque la última surgió de la nada.
“Más que un levantamiento popular, veo en el corto plazo una población atrapada en conflictosy deudas sin gobiernos capaces de apoyar y atender sus necesidades básicas”, dijo Young.
La euforia por la caída del régimen de Bashar al-Assad podría ser un detonante para la población de otros lugares. Por otra parte, Oriente Medio ha cambiado desde 2011, cuando se produjeron levantamientos.
Los estados fallidos de Yemen y Libia son ejemplos de cómo las cosas pueden salir mal, mientras que Egipto y Túnez mantienen un estricto control sobre el disenso. Los vecinos más ricos del Golfo también podrían intervenir para apoyar a sus vecinos menos solventes, como lo hicieron después de que el entonces jefe del ejército El-Sisi liderara el derrocamiento de un presidente islamista en 2013
Mientras tanto, Gatti en el Banco Mundial tiene al menos la esperanza de que las reformas impulsadas por los prestamistas internacionales, un aumento significativo del empleo, en particular para las mujeres, y un impulso de la productividad puedan cambiar las reglas del juego, en particular para Egipto. Éste es un mensaje que Georgieva quería transmitir a los periodistas en El Cairo.
“Quiero reconocer los esfuerzos del gobierno y del pueblo egipcio”, afirmó. “Verán los beneficios de estas reformas en una economía egipcia más dinámica y próspera”.
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