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A sus 73 años, el tecnócrata tiene décadas de experiencia en el mundo académico, en el privado y dentro del servicio público
El 26 de julio de 2012 fue el día en que Mario Draghi pasó a la historia. Desde Londres, el entonces presidente del Banco Central Europeo -cargo que ejerció por ocho años hasta 2019- se convirtió en uno de los funcionarios públicos más respetados del Viejo Continente al afirmar que haría "lo que fuera necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente".
Mundialmente reconocido por efectivamente haber logrado salvar la moneda comunitaria de la crisis de deuda soberana, ahora Draghi recibe una solicitud de rescate desde su natal Italia. Tras la dimisión de Giuseppe Conte, el presidente Sergio Mattarella pidió al economista que asumiera como primer ministro y conformara un gobierno de emergencia, tarea que el expresidente del BCE aceptó.
"Derrotar la pandemia, completar la campaña de vacunación, ofrecer respuestas a la ciudadanía, relanzar el país: estos son los desafíos que enfrentamos", aseguró en un primer discurso marcado por un fuerte llamado a la unidad el exdirector ejecutivo del Banco Mundial, cargo que ejerció entre 1985 y 1990.
A sus 73 años, el tecnócrata tiene décadas de experiencia en el mundo académico, privado y en el servicio público, pero se ha mantenido alejado del partidismo de la política -algo fundamental para la decisión de Mattarella-.
Formado en "La Sapienza" y doctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, Draghi ha impartido cursos en las universidades de Trento, Padua, Venecia y Florencia.
Antes de su llegada al BCE, durante casi seis años se desempeñó como gobernador del Banco de Italia, y previamente -entre 2002 y 2006- fue vicepresidente por Europa de Goldman Sachs.
La gama de herramientas
Pero no fue hasta que llegó al Banco Central Europeo (BCE) que logró ganarse el apodo de Súper Mario. Durante su mandato el euro atravesó la crisis financiera más severa de su historia, e, incluso, se puso en duda que la región de 19 miembros lograra sobrevivir a la debilidad de las finanzas públicas de algunas naciones.
El icónico rescate no fue su único legado para la política monetaria europea y, de hecho, el economista introdujo tasas de interés negativas -dejando los tipos históricamente bajos a su salida- y concluyó con un balance general récord.
Bajo su supervisión, el mercado de valores europeo logró subir cerca de dos tercios, al mismo tiempo que las tensiones periféricas se aliviaron. También permitió compras a gran escala de bonos de gobierno de la eurozona a países altamente endeudados -lo que alivió la presión financiera- y su programa de flexibilización cuantitativa se amplió años después.
En la práctica, el estímulo monetario sin precedentes -hasta ese entonces- que disponibilizó el BCE de Draghi implicó mejoras directas. Desde 2015 los préstamos a empresas y hogares del Central fueron ganando fuerza, y también lo hizo la economía: dos años después, los 19 países de la eurozona volvían a reportar crecimiento económico, algo que no había ocurrido en casi una década.
Su gestión también tuvo consecuencias para el mercado laboral, pues entre 2013 y 2019 se crearon 11 millones de empleos y la tasa de desocupación cayó a su mínimo en más de diez años.
Eso sí, no todo fue color de rosas con Draghi, y se puede decir que cuando estuvo a cargo del BCE no cumplió su objetivo principal. La inflación estaba al final de su mandato un 7% por debajo del nivel que habría estado si el banco hubiera cumplido su meta desde 2011.
La titánica misión
El nombramiento de Draghi ha sido ampliamente celebrado. Desde la banca, Ana Botín de Santander destacó que "Mario hizo un trabajo sobresaliente como jefe del BCE (...) seguro que hará lo mismo por Italia", mientras que Nick Andrews de Gavekal Research aseguró que "él no elude la responsabilidad en una crisis".
Pero pese al apoyo de la comunidad internacional y de los mercados, no hay certeza de que el respetado economista logre el apoyo del parlamento para conformar un nuevo gobierno.
De concitar el respaldo, Draghi deberá inmediatamente evitar que Italia pierda los 200.000 millones de euros (US$ 243.000 millones) del fondo de recuperación de la UE, y diseñar un plan de gestión para apoyar a una economía que se habría desplomado 8,8% en 2020 y que este año, según los pronósticos del FMI, solo crecería 3%.
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