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Es el edificio imposible. Fue el primer rascacielos en una época en la que la Torre Eiffel era la reina de los cielos y ningún arquitecto sabía cómo llevar tan lejos un proyecto inmobiliario.
La oficina económica y comercial de España en Nueva York se encuentra en el 405 de la Avenida Lexington. Ajenos a la particular leyenda negra que rodea a este edificio, la delegación española tiende puentes a ambos lados del Atlántico desde la planta 44 del Chyrsler Building; sin duda, uno de los rascacielos más emblemáticos y con más personalidad de Manhattan.
Es el edificio imposible. Fue el primer rascacielos en una época en la que la Torre Eiffel era la reina de los cielos y ningún arquitecto sabía cómo llevar tan lejos un proyecto inmobiliario.
Protagonizó una carrera contrarreloj para ser el edificio más alto, título que ni siquiera ostentó durante un año completo; el arquitecto que le dio vida terminó su carrera condenado al ostracismo tras una larga batalla en los juzgados contra el promotor cuyo apellido da nombre al edificio; su viabilidad financiera siempre ha sido un reto para todos sus propietarios, hasta el punto de que incluso llegó a cerrar sus puertas temporalmente por falta de inquilinos; los últimos dueños se vieron obligados a vender el inmueble con un descuento del 80% sobre el precio que pagaron dos décadas antes debido a los altos costes de mantenimiento.
Pese a todo, el Chrysler acaba de cumplir 93 años con una salud de hierro y una fama que solo rivaliza con la de su primo cercano, el Empire State.
El rascacielos fue un capricho personal de Walter Percy Chrysler. En la década de los años veinte, EE.UU. vivía una explosión económica sin precedentes gracias al boom industrial protagonizado por una nueva generación de millonarios sin cuna, pero con un olfato innato para los negocios. Chrysler, hijo de una modesta familia de Kansas, fue uno de ellos. Tras hacer carrera en la industria del motor, terminó fundando su propia compañía, sentando las bases de la multinacional que lleva su nombre en tan solo quince años.
Walter Percy Chrysler soñaba con ser el propietario del edificio más alto del mundo, así que financió con US$14 millones de la época la construcción de un inmueble diseñado por William Van Alen, que tuvo que enfrentarse a innumerables desafíos, entre otros, que Banco de Manhattan estaba edificando a la vez su propia sede, con el mismo objetivo: reinar en lo más alto. Los responsables de ambos proyectos se espiaban sin pudor y anunciaban un nuevo diseño cuando su rival les superaba en altura.
Los planos del Chrysler Building llegaron a tener hasta cuatro diseños diferentes de cúpula, cada vez más estilizada con el único fin de ganar altura. La decisión definitiva fue la colocación de la antena, algo que se llevó a cabo en el más absoluto de los secretos antes de su inauguración en mayo de 1930, logrando el ansiado récord como el edifico más alto del mundo. Once meses después, el Empire State reclamaría ese título, que logró conservar varias décadas.
Aunque la inauguración oficial fue en 1930, en los registros municipales figura que el edificio no se terminó hasta dos años después. Las fechas se difuminan entre la especulación inmobiliaria de la época y la batalla legal entre el promotor y el arquitecto, acusado de recibir comisiones de algunos contratistas e inflar el precio de la obra.
Más allá de la polémica, su comercialización fue un éxito y pronto se convirtió en el corazón financiero e industrial de la ciudad. Aunque muchos piensan que su único inquilino fue la multinacional Chrysler, la compañía nunca fue dueña del inmueble ni lo ocupó en solitario.Su nombre se lo debe a su propietario, igual que la marca de coches. Pero albergó la sede de otras grandes corporaciones, como la petrolera Texaco, que incluso exigió crear un club privado para sus ejecutivos en las plantas más altas del edificio. Así nació en 1930 el Cloud Club, uno de los centros más elitistas de Manhattan hasta que el edificio cayó prácticamente en desuso tras una larga agonía desde la muerte de su promotor en 1940.
La familia empezó a vender participaciones del edificio, incapaces de hacerse con la gestión de un inmueble tan particular y con unos gastos de mantenimiento tan altos (contaba con la tecnología más puntera del momento y los materiales más lujosos... el vestíbulo está recubierto de madera noble y granito procedente de todos los rincones del planeta).
Las empresas cambiaron de sede hacia edificios más modernos. Incluso la multinacional Chrysler abandonó el rascacielos. En la década de los 70 su declive parecía irreversible y llegó incluso a cerrar sus puertas, hasta que volvió a la vida gracias a un cambio normativo que introdujo importante incentivos fiscales para las obras de remodelación de edificios de oficinas en estado de abandono.
En los noventa, el Chrysler Building resurgió de sus cenizas para vivir una nueva edad dorada que todavía se mantiene. Financieramente, su futuro parece estar siempre en la cuerda floja. En 2019, el fondo soberano de Abu Dhabi se rindió a la evidencia de que no lograría rentabilizar su inversión tras una década de reformas y terminó vendiendo la propiedad por US$150 millones, frente a los US$800 millones que pagó cuando se hizo con la propiedad en 2008.
Sin embargo, su localización en el centro de la ciudad y su atractivo como icono de la arquitectura art déco sirve de reclamo para compañías como Amazon o instituciones como Columbia, vecinas de la delegación comercial del Gobierno español en Nueva York.
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