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Llegué con los primeros rayos del sol a Puerto Príncipe, capital de Haití. Bastó la poca luz de ese amanecer jueves 14 de 2010 para constatar que todo era infinitamente peor
El miedo a un desastre natural nunca será equiparable a experimentarlo ni a sus consecuencias. Nadie está preparado para perder a un hijo, un padre, un hermano o un amigo. Mucho menos a todos al mismo tiempo. Tampoco lo está para literalmente ver en escombros su mundo, por humilde que sea.
Aun así, pareciera que terremotos, huracanes, tsunamis o erupciones fueran más frecuentes, su poder más destructivo y nosotros, pese a todo, no estamos listos para ellos. Llegué con los primeros rayos del sol a Puerto Príncipe, capital de Haití. Bastó la poca luz de ese amanecer jueves 14 de 2010 para constatar que todo era infinitamente peor a lo que había podido ver o escuchar en los escasos reportes.
Escuetos informes que coincidían y repetían de una u otra manera la misma frase: “todo está destruido, es una tragedia”. Kilómetros antes de llegar al casco urbano, el olor ya delataba la muerte, 316.000 cuerpos sin vida permanecían en las calles o bajo escombros. Habrían transcurrido 36 horas del terremoto de 7 grados en la escala de Richter y aún no se había sepultado o cremado al primero de ellos.
No había cómo. Gran parte de lo que había quedado en pie tras esos minutos, cayó con las tres poderosas replicas horas después, la más débil, de 5,1. Pero se registraron cientos de ellas, durante los 10 días que estuve allí, sentí que la tierra nunca dejó de moverse. Pero no fue lo peor. 350.000 personas esperaban atención médica y asegurar que el sistema estaba colapsado sería minimizar la realidad a su mínima expresión.
El sistema, como tantas vidas, dejó de existir. Las morgues fueron las esquinas a donde empezaron, al cuarto o quinto día, a llegar las primeras volquetas a descargar cuerpos. Primera y última vez que vi montañas que sobrepasaban los cuatro metros de altura de ellos.
Esta es mi experiencia, pero June Carolyn Erlick va más allá y en su libro “Desastres Naturales en América Latina, Desafíos en la era del cambio climático y cómo enfrentarlos” se centra en el impacto a largo plazo de estos desastres.
La forma en que las sociedades y el buen gobierno moldean sus consecuencias y en la que los desastres moldean las sociedades. En Haití 1,5 millones de personas quedaron sin hogar pero la tragedia no había ocurrido. Estaba empezando. Tres años después volví a Puerto Príncipe y la mayor diferencia era que los cuerpos no estaban en las calles. Convivían ya con escombros como parte de su paisaje habitual. En 2021 otro terremoto dejaba más de 2.000 muertos. La catástrofe perdura y quizá mucho más que su aroma inolvidable en mi memoria.
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