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En sus 163 páginas el autor profundiza en ese camino del Poporo y en su recorrido encuentra el vínculo para explicar realidades
Para qué bacinillas de oro si es para escupir sangre en ellas” dijo Lorenza Uribe al ver cómo la vida de su único hijo hombre se extinguía a los 24 años. Quizá por la tuberculosis, quizá por la sífilis. Nunca se tuvo la certeza, pero fue un padecimiento corto e intenso. Era 1893 y la tragedia llegaba a la familia del que para ese momento de la historia es considerado el empresario e inversionista más rico del país: Coriolano Amador, “El burro de oro”.
El apodo no era gratuito. Su pericia para los negocios y ambición solo eran comparables con su falta de buenas maneras y excentricidades. La mayor parte de la inmensa fortuna que amasó provenía de la intensidad sin precedentes para la época con la que incursionó en la minería. El oro fue la fuente inagotable de su riqueza y su sed por obtenerlo comparable a la de los españoles esclavizando indígenas para extraerlo.
Era la época de la conquista y los recién llegados no tardaron en descubrir el uso que los aborígenes daban a la hoja de coca. Al hacerlo, la convirtieron en el principal y cruel bien de intercambio: horas de trabajo arduo extrayendo oro por coca que mascada les dieran más energía para seguir con la inhumana labor. Un círculo vicioso que solo dejaba fortuna a los conquistadores. Pese a ello, no lograron robar todos los tesoros.
En 1939 el Banco de la República compró por tres mil pesos de la época el que sería uno de los tesoros más emblemáticos de la historia de la orfebrería prehispánica colombiana: el Poporo Quimbaya. La vendedora fue Magdalena Amador de Maldonado. La hija de “El burro de oro”.
El Poporo como protagonista. Mucho se ha especulado de cómo fue encontrado y cómo logró atravesar siglos hasta ser resguardado tras su afortunada compra. Hasta ahora.
“La Tierra de los tesoros tristes” es el primer libro del experimentado periodista Simón Posada Tamayo. En sus 163 páginas el autor profundiza en ese camino del Poporo y en su recorrido encuentra el vínculo para explicar muchas de nuestras realidades “la maldición del oro y la coca en la historia de Colombia”.
Coriolano Amador ordenó la construcción de un imponente mausoleo en mármol en el que una mujer con el rostro cubierto, tal vez Lorenza Uribe, está postrada llorando eternamente la muerte de su hijo. Quizá tan eterna como la inclinación por el poder y el dinero que en la mayoría de los casos desaparecen como el agua entre las manos.
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