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Con más de tres años dedicado a la investigación de fermentados y licores artesanales con botánicos de Colombia, así avanza la propuesta de Laura Hernández Espinosa.
El origen del primer bar del mundo tiene bastantes mitos detrás, que nació en Irak, que fue en la Edad Media, que se servía solo vino, hidromiel, etc. Pero por lo menos en Colombia, la gran mayoría lo asimila con el lugar de fiesta y alcohol, o Jorge Isaacs, por ejemplo, que lo veía como "la puerta para perderse en una copa". Por eso un alto en la lista se disparó los últimos años cuando un espacio en específico, en Bogotá, se dedicó a hablar del "mundo líquido" desde la perspectiva de una sommelier: eso pasó en La Sala de Laura.
El bar de Laura Hernández Espinosa lleva años estudiando ese mundo líquido, “en mi bar se marida" porque es de las escasas propuestas que buscan combinar la cocina con la barra. "La gente debe entender que hay bares experimentados y gastronómicos". Es el lugar para beber pero también para comer, sus mesas son para esa suma, claramente con el plus de esas opciones fermentadas y licores artesanales con botánicos de Colombia.
La persona que busque ir más allá de la narrativa de los clásicos cocteles europeos o los que se hicieron famosos por películas de Hollywood, tiene un espacio para abrir la mente a una experiencia líquida en La Sala de Laura. Como ellos dicen "celebramos los ingredientes poco conocidos".
El lugar es uno para que quien lo visite se dé tiempo. ¿Por qué?, porque el último año en particular, la forma de contar Colombia en La Sala de Laura fue hablando de aves. ¿Qué tiene que ver eso con un bar?: Seguramente muy pocos saben que somos "el país de las aves" con casi 2.000 especies, incluso más que en Perú o Brasil, y su carta estos meses es una forma de conocerlos, con ilustraciones propias en lienzos que dieron forma a portavasos de colección, aparece sobre la mesa un Azulón Amazónico (con su destilado de mango), una Guacamaya (con su kéfir de tomate carbonatado), o el Tucán (con su cordial de macambo) o el imponente Cóndor (con su increíble destilado de hojas de coca). Todos, cocteles para beber de otra forma.
De los colombianos, los extranjeros dicen que curiosamente ellos mismos no conocen Colombia. Por eso, aquellos visitantes que llegaron a La Sala de Laura por un viaje de negocios o turismo, son los primeros en enamorarse del color no solo de las aves, sino de las flores que aparecen en la coctelería de Laura, o con el interés en visitar ecosistemas como los páramos o los valles abrazados por montañas (que también fueron el foco de algún destilado de gulupa).
Esa carta está pensada en opciones que le han dado reconocimiento dentro y afuera, incluso como un aplauso generalizado por la industria en Colombia. Por eso antes de pensar ¿a qué sabe su carta? es mejor pensar en que son sabores que no tienen cómo compararse, son sabores nuevos; además que la gente tiene desdibujado lo que es un bar, y visitar el espacio es otra forma de narrar el concepto de esa palabra bar.
Laura no pretende que un banquero entienda entre un bartender o un sommelier, ella quiere ponerse su uniforme que es sinónimo de disciplina. La propuesta es arriesgada, el mercado en Bogotá está saturado de esas copas lindas en algún lugar, pero que no cuentan nada, por eso La Sala quiere redefinir varios ideales de lo que es llevarse una bebida a la boca.
Sin pensar tanto, La Sala de Laura está para... “drink in shut up”.
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