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El local, ubicado en la Macarena en Bogotá, lleva menos de dos semanas abierto y tiene como meta vender 1.000 libros mensuales
La receta para que las compañías perduren en el tiempo contiene altos niveles del llamado 'relevo generacional' en el que los más viejos le pasan la antorcha a los nuevos para continuar el legado. Uno de los casos de éxito- y los más sonados por estos días en el universo lector- es del de las librerías Luvina y Matorral, cuya historia comienza en 2004 en la Macarena o más exactamente, en la Carrera 5 #26c-06 en Bogotá.
Para esa época, Carlos Luis Torres decidió abrir la Librería Luvina, un espacio que durante más de 18 años se consolidó como una esquina de cultura, tertulias, café y muchos libros. Y cuyo nombre, homenajeaba el cuento del mexicano Juan Rulfo.
Esto explica, quizá, el enfoque especial y casi exclusivo de la librería por la literatura latinoamericana, que, junto con el carisma de Torres, fueron cautivando a los vecinos de la zona y a uno que otro transeúnte que después de entrar o se afirmaba lector o se convertía.
El entusiasmo y la acogida le permitió a Torres mantener el espacio a flote, pero la rentabilidad no siempre era la mejor y muchos meses ni siquiera había ganancias. El quiebre final lo dio el confinamiento de 2020 y sus efectos, que hicieron a Luvina sumarse a los 509.370 micronegocios que, según el Dane, no sobrevivieron a la pandemia.
La noticia fue mal recibida por los ya consagrados visitantes quienes manifestaron que, no solo se cerraba un establecimiento, sino todo un legado cultural. Torres decidió entonces que el mejor camino era optar por la virtualidad y anunció que Luvina solo manejaría ventas en su página web www.luvinalibreria.com.
Pero aún quedaba la nostalgia del local, la esquina librera de la Macarena. Con lo que la solución fue el relevo generacional con el que se inició esta historia.
En este punto (Inicios de 2022) apareció la Librería Matorral en el mapa de Torres, que desde 2019 venía haciéndose espacio en la localidad de Teusaquillo. Andrés Archila, cofundador del lugar, cuenta que Torres los contactó (a él y a su socio César Hernández) y les pidió tomar el local, continuar con el legado.
"Lo pensamos varias veces, porque era una inversión grande y no teníamos tanta plata. Incluso, al inicio dijimos que no, pero luego encontramos un par de socios más que nos dieron este impulso económico y abrimos el nuevo punto. Se volvió un compromiso, no era solo cambiar el letrero, era mantener ese legado. Empezamos las remodelaciones y abrimos la última semana de agosto", dice Archila.
Durante estas dos semanas de debut, el espacio ha atraído clientes y lectores viejos que ya visitaban Teusaquillo, pero también a los nostálgicos que habían elegido a Luvina como su librería predilecta para buscar nuevos títulos, hablar con un librero y hasta para trabajar.
"Luvina tenía mucha historia, era una de las librerías míticas de Bogotá. Cuando cerramos el trato con Carlos (Torres) fuimos muy cautelosos, poco a poco lo fuimos revelando tratando siempre de respetar y afirmar que fue Luvina la que consagró esta esquina", dice el fundador de Matorral, quien también confirma que fue gratificante mantener este espacio cultural en el barrio.
En cuanto al panorama lector, y la rentabilidad, Archila dice que la compra de libros se mantiene bien (y no ha pedido el impulso que les dejó la pandemia) "el libro es un objeto que no pasa de moda, y quien se enamora difícilmente sale de ahí", añade.
Gracias a este panorama, la venta de ejemplares mensuales, al menos en la sede anterior, llega a 1.000 libros, y la meta es igualar la cifra en el nuevo espacio. Matorral, antes Luvina, además de albergar historias, ahora tiene una propia.
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