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La producción revive los guiones que buscan hablar de cómo en el futuro pueden evolucionar ciertas costumbres de hoy.
La serie de Netflix parte de la interesante premisa de un especie de Tinder evolucionado que podría indicarnos, gracias a un mapa de nuestras conexiones cerebrales, quien encaja mejor con nosotros y, por ente, se convierte en nuestra alma gemela.
Según la Real Academia de la Lengua, osmosis en física significa el "paso de disolvente, pero no de soluto, entre dos disoluciones de distinta concentración separadas por una membrana semipermeable." ¿Complicado? No se preocupen, porque la serie hace de su vida un pandero rápidamente y las palabras técnicas se convierten en un sinsentido vacío, sus explicaciones en una tontería y el desarrollo de la acción en un absurdo.
'Osmosis', ambientada en un futuro cercano, cuenta la historia de dos hermanos que desarrollan en París una píldora con nanorobots que permite a las personas visualizar el rostro de su alma gemela. Pero la beta del experimento pronto tiene consecuencias impredecibles.
Imaginen Francia en unas décadas. La medicina basada en nanotecnología robótica ha dejado de ser una ciencia emergente para convertirse en una realidad que maneja con maestría la joven Esther Vanhove (Agathe Bonitzer), con ayuda de la inteligencia artificial que ella misma ha desarrollado, Martan. Su hermano Paul (Hugo Becker) es el segundo pilar de la compañía, ya que es el primer probador de esta tecnología y un genio empresarial. Más allá de la interesante premisa, el barco pierde agua desde el comienzo.
En ocho episodios, la tercera serie francesa coproducida por Netflix y dirigida por Audrey Fouché, pasa de una idea relativamente original en un contexto de 'Black Mirror', a un desastre absoluto a base de lugares comunes y falta de imaginación apabullante.
Aunque los primeros episodios puedan resultar más salvables y exista cierto esfuerzo por parte de algunos actores de desarrollar un poco más sus personajes, las historias individuales de los testadores son bastante malas, al igual que las intrigas empresariales. Pero lo peor de todo es el quiero y no puedo tecnológico que se resuelve a base de Microsoft Surface, luces de neón y la ropa estrambótica. La mezcla es un cóctel difícil de digerir que no sabe retratar de forma solvente ningún momento dramático.
Lo dicho, el Tinder del futuro que nos presenta 'Osmosis' es un desastre.
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