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En plena crisis de la industria musical, los bancos e inversores compran los catálogos completos de los mejores cantantes por generación
En plena crisis de la industria musical, con más de un año casi sin ingresos por la falta de shows obligada por la pandemia, y que no se sabe cuando volverán, el negocio de grandes artistas que venden los derechos de su catálogo de sus temas es un auténtico boom.
La banda californiana Red Hot Chili Peppers se acaba de sumar a la tendencia vendiendo su catálogo de éxitos a la compañía británica de inversiones Hipgnosis Songs por unos US$140 millones. Así, el grupo que lideran el cantante Anthony Kiedis y, el bajista Flea es el beneficiario más reciente de está fiebre por adquirir los derechos de propiedad intelectual de artistas famosos.
Hipgnosis Songs Fund adquirió en enero pasado el 50% de los derechos de autor del cantante y compositor canadiense Neil Young, que comprende unas 1180 canciones, por US$50 millones. Pero el músico mantendrá su capacidad de autorizar el uso de sus canciones en campañas de publicidad o actos políticos, entre otros.
Un mes antes el ganador del premio Nobel de Literatura Bob Dylan vendió por entre US$400 y US$500 millones sus derechos sobre unas 600 canciones al grupo Universal Music, en lo que se consideró un "negocio histórico", y lo mismo hizo la cantante Stevie Nicks con el 80% de los derechos sobre sus canciones a Primary Wave en US$100 millones.
La adquisición del catálogo musical de Red Hot Chili Peppers es una de las de más alto perfil para Merck Mercuriadis, el ejecutivo canadiense-estadounidense de la industria musical y fundador de Hipgnosis Songs que ya es propietaria del catálogo de más de 50 artistas con al menos 60.000 canciones.
Desde 2018 Mercuriadis e Hipgnosis adquirieron además los derechos sobre catálogos de compositores, productores y artistas como Shakira, Timbaland, Barry Manilow, Richi Sambora, Blondie, Fleetwood Mac, Lindsey Buckingham y Jimmy Lovine.
Además de su comercialización para su uso en películas, videojuegos y publicidad comercial, según la revista Billboard la combinación de tecnología y coyuntura económica resultó muy atrayente para el mercado.
Primero, porque los enormes datos disponibles sobre el consumo en streaming y descargas de cada canción permiten precisar su valor y hacer una predicción de los ingresos que generará en el futuro.
En segundo lugar, el contexto de bajos tipos de interés supone que sea una inversión rentable alejada de los altibajos del mercado de valores y con rendimientos superiores a los ofrecidos por bonos.
Y tercero porque el propio consumo digital facilita administrar el cobro de la remuneración económica generada por el uso o explotación de las obras. En resumen, es una inversión de cierta seguridad para sus compradores lo que ha llevado a que actores no tradicionales en el sector se hayan sumado al mercado de compra de catálogos.
De acuerdo a un análisis de Rtve, el hecho de que las compras solo se circunscriban a catálogos consolidados encaja con esta tesis: no hay una fiebre por el negocio de la música, sino por la seguridad de que lo ya consolidado tendrá continuidad generando ingresos, quizás un poco como ocurre con las obras maestras del arte. La apuesta del mercado con estas compras es que el escenario de consumo y distribución no va a cambiar.
La baja inflación es el otro factor que favorece las abultadas ofertas, irresistibles para algunos músicos. Algunos analistas apuntan a que la entrada de capital privado y bancos de inversión supone que las negociaciones con los artistas han alcanzado un nivel de sofisticación financiero que coloca a estos últimos en una posición de desventaja para evaluar el potencial de su propio catálogo.
Para el experto español Esteban Ramón, el beneficio de toda industria cultural no está en la demanda que exista de su materia prima (música, cine, literatura) sino en la manera de monetizarla.
La música aprendió bien la lección en la transición del formato físico a la era digital. Y bien lo saben los artistas, que quizá, sencillamente, estén haciendo una apuesta más fatalista que los inversores: el futuro podría ser aún peor, como bien ha demostrado la pandemia.
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