Ninguna institución vive niveles de desprestigio tan altos como el Congreso, pero lo peor, no hacen nada por corregirlo
Los actuales senadores y representantes a la Cámara comienzan el conteo regresivo para su último año en el Congreso de la República en medio de una desfavorabilidad pública que se hace crónica. El balance legislativo no es bueno, los debates en comisiones y plenarias son más que pobres y solo un puñado de los mal llamados ‘padres de la Patria’ hace bien su papel. Y lo peor es que en pocos meses arranca la puja nuevamente por las curules al Congreso y no es muy claro para los electores quiénes han hecho bien su papel y quiénes no. Lo único que percibe la gente es que todo allí se negocia y que no hay líderes empresariales, cívicos y formadores de opinión pública que quieran ir al Senado o la Cámara, que nuevamente se llenará de políticos tradicionales de menos de tres en calificación en el poder legislativo.
Pero si la conciencia de que la inmensa mayoría de los representantes y senadores no es buena y que el actual Congreso no es el que el país sano se merece, por qué no se hace nada por cambiarlo. Esa pregunta es recurrente y se mantiene por su etérea respuesta. La abstención en las tradicionales elecciones al Congreso que se realizan en marzo siempre es muy alta y hay mucho desinterés de las personas por votar por líderes y técnicos para que lleguen a esas curules. Y así las cosas, el país seguirá lamentando la calidad e idoneidad de las personas que llegan a la Cámara y el Senado. Todo se resume en que tenemos el Congreso que nos merecemos.
Siempre está allí en silencio la posibilidad de renovar el Congreso y volverlo una corporación admirable que esté a la talla de las necesidades del país, pero ese es un anhelo que se esfuma cada cuatro años cuando se vuelven a ver en las instalaciones el 20 de julio, las mismas caras de los ‘padres de la Patria’ con nexos con paramilitares, con guerrilleros e incluso delincuentes de cuello blanco asociados a grandes escándalos de corrupción. Solo unos pocos son activos políticamente y estos no es que tengan mucha dinámica en elaboración de leyes a la ‘topa tolondra’, sino que son personajes probos que opinan, escriben, estudian y son verdaderos focos a la solución y el análisis de los problemas que aquejan a Colombia. Lo triste es que de un poco más de cien senadores solo sobresalen 10 ó 12 y de más de dos centenares de representantes, solo vibran 8 ó 10.
En todo este contexto, los grandes perjudicados son el mismo gobierno o poder ejecutivo y el poder judicial que no cuentan con una contraparte seria, un desequilibrio que se siente notablemente. Ni qué decir de las regiones que no son perjudicadas, sino perdedoras, pues son los senadores y los representantes sus dolientes en el poder, pero al final se quedan huérfanas sin padrinos en Bogotá.