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La noticia del año en Colombia es el lanzamiento de diálogos de paz entre el Gobierno y las Farc. Este proceso es también la explicación más plausible de una serie de fenómenos que han venido sucediendo en el país en los últimos meses-revueltas en el Cauca, el atentado al ex Ministro Londoño, ataques a la infraestructura, el deterioro de la seguridad en algunas áreas rurales, etc.-que con el beneficio del espejo retrovisor son atribuibles más a una táctica de fortalecimiento de su posición negociadora por parte de la guerrilla que a agujeros en la seguridad democrática. Los diálogos de paz son fruto del éxito de esta estrategia más que síntomas de su anquilosamiento.
¿Porqué ser optimistas esta vez después de tantos desengaños y de la resaca aún fresca del descalabro del Caguán? Primero, porque la cúpula de las Farc, que mantiene una cosmovisión anclada en los años sesenta (nadie se explica dónde estaban cuando cayó el muro de Berlín, se promulgó la Constitución de 1991, se consolidó el Derecho Internacional Humanitario, etc.), está cada día más envejecida y más “asediada” (palabras de alias “Timochenko” en su alocución del pasado 4 de septiembre) por las acciones del Estado. Los miembros del Secretariado y los demás que conservan algún atisbo de fervor ideológico y sentido histórico de la insurgencia, han visto caer uno a uno a sus compañeros de armas, entienden cada día más que el tren de la revolución ya los dejó atrás, y seguramente no ven muy atractivo el prospecto de jubilarse en la selva bajo lluvias de metralla. Es muy diciente que primero los contactos y luego las conversaciones hayan seguido incólumes a pesar de la baja de “Alfonso Cano” y la más reciente del jefe de seguridad de “Timochenko”.
En segundo lugar, para los cabecillas y mandos medios dedicados principalmente a empresas criminales (narcotráfico, minería ilegal, extorsión, etc.), la acción “política” y los actos terroristas representan una costosa distracción de su foco de negocios ¿Para qué gastar plata en uniformes camuflados, oficinas de propaganda en el exterior y operativos complejos con bombas lapa, cuando esos recursos se pueden invertir en comprar más pasta de coca, financiar cargamentos y sobornar autoridades? Con estas facciones de las Farc sucederá algo parecido a lo que aconteció con las Bacrim “desparamilitarizadas”. No se acabarán el narcotráfico ni otros modos de delincuencia, pero despolitizar definitivamente el crimen acarrea grandes ventajas para el estado en materias de costo, foco de acción de la fuerza pública, legitimidad y percepción.
Un tercer hecho importante es lo acotada y aterrizada que es la agenda de negociación suscrita por las partes. No hay mención alguna de la nacionalización de los recursos naturales, el cambio de modelo económico, la expropiación de propiedades o la suspensión de acuerdos de libre-comercio, todos “caballitos de batalla” históricos de las guerrillas. El único tema verdaderamente de fondo que se incluye desde el punto de vista de políticas públicas es el de “desarrollo agrario integral” (ojo, no “reforma agraria”), el cuál se plantea en un lenguaje moderado e incluye prioridades nacionales incontrovertibles como “1. Acceso y uso de la tierra. Tierras improductivas. Formalización de la propiedad. Frontera agrícola y protección de zonas de reserva; … 3. Infraestructura y adecuación de tierras; 4. Desarrollo social: Salud, educación, vivienda, erradicación de la pobreza; 5. Estímulo a la producción agropecuaria y a la economía solidaria y cooperativa. Asistencia técnica. Subsidios. Crédito. Generación de ingresos. Mercadeo. Formalización laboral…”. Podría ser la plataforma de política agropecuaria de cualquier candidato a la presidencia.
Todo pareciera indicar que el “sapo” que se tendrá que tragar la sociedad colombiana para acabar con una guerra de medio siglo, será de tamaño, olor y sabor razonables. Cualquier proceso de paz requiere en alguna medida de hacer concesiones y taparse las narices. Más razonable jugarle a esto que seguir inmersos en un conflicto sangriento cuyo tiempo ya pasó.