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En la vida hay decisiones que marcan los senderos que caminamos en procura de determinadas causas deseadas por cualquier motivo, llámese interés personal o colectivo, en mi caso indefectiblemente regidas por las ingentes necesidades de mejora ligadas al fortalecimiento equitativo de nuestro mercado de capitales, tema afín primordialmente con el tipo de inversión que debemos fomentar y promover.
Quienes leen mis columnas espero encuentren en ellas un claro y decidido acento sobre el particular, pero también una visión alterna crítica sobre la forma como enfrentamos este requerimiento, por demás absolutamente relevante y consustancial al modelo de desarrollo económico y social. Por eso estimo tomé una decisión afortunada y fascinante, pero igual con severos escollos y talanqueras.
Claras son las oportunidades de contribuir en un tema que tiene muchas aristas a partir de las cuales aportar, que permitan corregir las condiciones relacionadas con incrementar la dinámica de las manifestaciones del capital en sus diferentes versiones, desempeños e implicaciones, que a su vez están impregnados de conceptos y experiencias, infortunadamente aún sin comprenderse bien.
De ahí que las principales dificultades y obstáculos surgen de la manera como concebimos este trascendental asunto, donde el mayor daño está en las camisas de fuerza determinadas por la forma que a su vez configuran el fondo. Dicho de otra manera con lo que hemos aprendido sobre el tema, pero sobre todo la cultura que nos caracteriza tan apegada a dogmas y mitos nefastos.
Un claro ejemplo acerca de lo anterior está en la forma como nos apropiamos de las lecciones que dan los grandes gurús, tales como Piketty, quién aprovechó el legado de Allais premio Nobel 1988 para dar las luces indicadas de cómo proceder respecto del capital y los impuestos, sin que esto haya sido debidamente considerado en el proyecto relacionado con la reforma tributaria en curso.
Pero dado que al menos Piketty ha tenido algo de debate en nuestro medio, así como los consejos sobre la incidencia del progreso tecnológico en el crecimiento de Solow, Nobel 1987, retomados por Stiglitz, Nobel 2001, Rodrik y Hausmann; tal vez el aporte más decisivo aún desconocido está en los resultados del tipo de capitalismo resultantes de la investigación de la Fundación Kauffman.
Este trabajo reseñado en mi artículo ‘Capitalismo ¿Bueno o Malo?’ (Enero 2013), liderado por William Baumol, profesor de la Universidad de Nueva York candidato al Nobel este año, describe las características e implicaciones de cuatro tipos de capitalismo. Primero el oligárquico de explotación primaria propio de Latinoamérica, de arraigo rentístico y concentrador, con poco valor agregado.
Le sigue el gerencial muy común en Alemania y Japón, donde grandes empresas transnacionales de gran complejidad productiva, son las que mandan la parada. Después está el dirigido por el Estado que sucede cuando el crecimiento es comandado por los gobiernos para favorecer industrias claves mediante ayudas y subsidios, tal como sucedió en Corea del Sur y Singapur, guardadas diferencias.
Finalmente está el capitalismo emprendedor propio de economías cuyo dinamismo se origina en empresas nuevas que comercializan innovaciones radicales o disruptivas, que amplían la frontera de alternativas de consumo, como es el caso de regiones específicas en Estados Unidos (Silicon Valley) o en Israel; siendo el más recomendable por sus implicaciones de creación y distribución de la riqueza.
Por supuesto que hoy en día ningún país podrá lograr el máximo potencial fundado en compañías emprendedoras, por lo cual el nivel óptimo estará compuesto de una mezcla entre el gerencial, el dirigido por el Estado y el emprendedor, para finalmente erradicar el más dañino y perjudicial, que es el oligárquico. Sin embargo acá ésta lección se ha desaprovechado, con el agravante que seguimos igual.
Si queremos elevar la calidad de lo que produce nuestra economía, de forma tal que dejemos de tener tanta Mipyme de subsistencia, que es la mayoría, así como lograr una base industrial proclive al conocimiento y exportaciones, será necesario atraer decididamente inversión extranjera y capital humano mediante una política pública explícita que aún no existe, que además de diversificar y sofisticar el aparato productivo, propicie su asociación con nuestra base empresarial y reduzca la costosa curva de aprendizaje al incorporar nuevas competencias y capacidades.