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Las pasadas elecciones al Congreso tuvieron una extraña particularidad: una vez se conocieron los resultados, casi todos los grupos políticos se declararon ganadores. Sin embargo, en todo juego de suma cero, como las contiendas electorales, la victoria de algunos implica siempre la derrota de otros, por lo que el triunfalismo de muchos de los movimientos que hoy reclaman laureles es a todas luces infundado. Más aún, en el balance general de esta jornada se puede decir que fueron más los perdedores que los ganadores.
Perdió el Presidente Santos, que aunque mantendría una mayoría parlamentaria con los partidos de la coalición, cuenta con un respaldo en el Congreso muy inferior al ostentado cuatro años atrás. Perdió el Partido Liberal, que pese a su concubinato con el Gobierno y a su consecuente baño de mermelada, a duras penas logró mantener la representatividad alcanzada cuatro años atrás, cuando era una golpeada oposición con el sol a cuestas. Perdió Marta Lucía Ramírez, ya que las grandes votaciones de su partido son precisamente las de los barones electorales que no apoyan su candidatura, mientras que algunos de sus valiosos aliados, como el senador Laserna, no alcanzaron una curul en esta oportunidad. Perdió el Movimiento Mira, que - pese a la inelástica militancia de sus fieles - no alcanzó a pasar el umbral del 3% en el Senado. Perdió la renovación, porque salvo casos aislados como el de Claudia Nayibe López, los ganadores son los mismos de siempre (o sus familiares). Perdió la equidad de género, ya que el “nuevo” Senado tendrá menos mujeres que herederos directos de los parapolíticos. Perdieron Alerta y los demás cuentachistes de la farándula, por fortuna. Perdió el voto en blanco, que no logró movilizar los volúmenes inicialmente estimados. Perdieron las encuestadoras, que daban por mermado al partido Conservador, que se mantuvo en pie y logró el tercer puesto en la Cámara Alta. Perdió la pedagogía electoral y el diseño del tarjetón, pues el porcentaje de votos anulados superó la votación de Cambio Radical, los Verdes o el Polo Democrático.
Pero en esta gran maraña de desfavorecidos con los resultados electorales del pasado fin de semana, el gran perdedor fue sin duda alguna el país. Discrepo de los editoriales de varios periódicos que celebran con inexplicable júbilo la vitalidad de nuestra democracia a la luz de lo ocurrido en estas elecciones. Si algo queda claro es que, pese a que la jornada electoral transcurrió con calma, los vergonzosos niveles de abstención superaron el 50% en ambas cámaras, lo cual indicativo del inmenso descontento de los colombianos por la institución parlamentaria. Aunque los ganadores lo hicieron en franca lid y la legitimidad de su mandato no está en duda, la poca participación de los colombianos debe inquietar tanto a las autoridades como a los mismos ganadores.
Hacia futuro, para mejorar las tasas de participación en los comicios electorales, necesitamos que las campañas sean más ricas en lo programático, para que logren movilizar a los desentendidos. También se requiere un debate de mayor altura, ausente de descalificativos y agresiones personales, que en últimas desencantan al potencial elector. Finalmente, se deben condenar más enérgicamente los delitos electorales y las “picardías” de quienes miserablemente intentan confundir a los electores, ya que dichas prácticas promueven la desazón y el escepticismo. Para los ya electos, necesitamos que este nuevo Congreso esté a la altura del reto histórico que a sus pies se erige, y que lejos de protagonizar los acostumbrados escándalos y de participar en turbias componendas y corruptelas, conduzcan debates con altura y sin intereses paralelos, ayudando a recuperar la dignidad del poder parlamentario y sacando adelante la agenda reformadora de un país que quiere ser más competitivo, humano y vivir finalmente en paz.