Las noticias son consistentes: la industria decrece, la banca reduce sus utilidades -aunque siguen siendo billonarias-; la construcción disparada y el Gobierno promueve y se asocia con el sector financiero para estimular la compra de vivienda. Ante este panorama, uno evoca, aunque no lo quiera, imágenes aún frescas en la memoria y dolorosas para el país: la bonanza del crédito hipotecario seguida de la crisis económica generalizada.
Mucho se ha dicho sobre el fortalecimiento patrimonial y normativo del sector financiero a raíz de estos acontecimientos. Sin embargo, uno desde la calle empieza a preguntarse: ¿estamos bajo la amenaza de despidos masivos en la industria? Porque si es así, ¿a qué conducen los estímulos de la compra de vivienda si no es a agudizar la crisis cuando las familias se endeuden y después no tengan el sueldo para soportar el crédito? No se trata de ser alarmista, sino de hacer preguntas que nos atañen a todos, y de las cuales esperamos respuestas sólidas y confiables por parte de nuestros líderes políticos y económicos.
Las crisis son fuentes de oportunidad; y esta no es la excepción. Es la ocasión de pensar en un gran acuerdo nacional por la solidaridad y la responsabilidad social; de establecer acuerdos entre el Gobierno y nuestros directivos empresariales en torno a la preservación del empleo. Un sacrificio en el margen a favor de la sostenibilidad del consumo. Al mismo tiempo, de pensar en acuerdos entre los empresarios y sus colaboradores: pensar si es conveniente ajustar los salarios a la baja, con tal de no sacrificar empleos. No es una novedad; hay experiencias muy valiosas al respecto.
Por supuesto, este tipo de pactos no se sustentan en premisas económicas, sino morales y culturales. Es en estos momentos cuando los directivos empresariales se preguntan cómo está la cultura organizacional, la identificación con la misión corporativa y el verdadero trabajo en equipo. Si las respuestas a estos interrogantes son positivas, entonces está abierta la puerta para consolidar la cohesión de la industria a pesar de (o gracias a) la desaceleración económica. Si los lazos entre directivos y colaboradores no son tan sólidos, entonces la amenaza económica es una buena excusa para buscar los famosos acuerdos sobre lo fundamental: el bien común.
Finalmente, como ya se ha señalado, también es una gran oportunidad para estimular el emprendimiento; aunque esa no es una meta de corto plazo. La creación de empresas es en sí misma una tarea muy riesgosa, con una altísima tasa de fracaso. Pero ya llevamos un gran camino recorrido; Colombia ha aprendido mucho sobre el estímulo al emprendimiento. ¿Por qué no pensar en un reconocimiento tributario a los empresarios que apoyen con su conocimiento a los emprendedores; los famosos mentores? O en una política mucho más agresiva de descuentos tributarios para las nuevas empresas; por ejemplo, por los primeros tres años de operación. Mientras el Gobierno recoge de manera sistemática la información de las nuevas compañías, va motivando a los emprendedores a que crean en sí mismos y en el apoyo estatal. Al fin y al cabo, si no hay nuevas empresas sostenibles, tampoco hay nuevos ingresos para la nación.
No está de más hacer preguntas desde la calle; siempre que estemos dispuestos a ver las oportunidades que emergen con la crisis.