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ANALISTAS

Vistazo a Brasil

martes, 3 de marzo de 2015
La República Más
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Ricardo Hausmann, que fue economista jefe del Banco Interamericano, dijo hace algunos años, con  alto sentido profético, y antes de que Dilma fuera elegida presidenta, que: “la gran suerte del presidente Lula fue haber tenido un óptimo antecesor (refiriéndose a Fernando Henrique Cardoso) pero que el próximo presidente del Brasil no tendría la misma suerte”.

Una visita rápida que acabo de hacer a Brasil me ha convencido de que Hausmann tenía  razón. Definitivamente la suerte no está acompañando a la presidenta Dilma. Y en Brasil aparece en una situación  económica tan complicada que si bien no es aún la de la Argentina, da la sensación de ir en la misma dirección.

Petrobras acaba de perder la condición de categoría de inversión por dictamen de la agencia de calificación Moody’s. Esto colocó, a la que sigue siendo la principal empresa brasileña, con  sus bonos en condición de inversión basura. Lo que se viene a sumar a los  monumentales escándalos por corrupción que aún no terminan. Y que están a punto de involucrar a decenas de políticos del partido de gobierno principalmente, además de los directivos y de las principales empresas contratistas brasileñas que ya han sido denunciadas. En los últimos seis meses la acción de Petrobras ha caído 63%. Una hecatombe.

El modelo político y social del partido de los trabajadores que le funcionó relativamente bien a Lula está agotado, como bien lo demuestran Fabio Giambiagi y Alexandre Schwarsman en su lúcido libro ‘Complacencia, por qué el Brasil crece menos de lo que puede’.

Según estos autores, las tasas de ahorro público y privado del Brasil, que son las más bajas de la región, están comprometiendo gravemente las posibilidades de la inversión y de que el país siga creciendo dinámicamente. Ademas de la altísima tributación, la más alta de América Latina, que se va en su mayoría a financiar gastos de funcionamiento y le resta competitividad a las empresas privadas. Algo parecido a lo que aconteció con la última reforma tributaria en Colombia.

Las proyecciones de crecimiento para este año son unas de las mas modestas de la región. El déficit fiscal anda en el altísimo nivel de 6,75% del PIB, y el nuevo ministro de Finanzas, señor Levy, se ha comprometido a bajarlo en dos puntos porcentuales este año, con una severa política de recorte a subsidios y de apretón fiscal. Igualmente, la inflación que anda en 7,4% anual  hace recordar los malos momentos del pasado. En el último año no se cumplió con la meta del Banco Central.

Una gigantesca huelga de camioneros que ha tenido paralizado a medio  Brasil presenta muchas similitudes con la que  tiene lugar en Colombia: malestar con la política de precio de los combustibles y falta de claridad de por qué no han bajado los precios de la gasolina  y el Acpm a la misma velocidad con la que lo han hecho las cotizaciones del crudo en los mercados internacionales.

Mientras la presidenta se ha enfrascado en una  insólita polémica diplomática con Indonesia porque el poder judicial de este último país condenó a muerte a dos brasileños que fueron sorprendidos traficando con droga en ese país asiático, nadie entiende el silencio taciturno que ha mantenido Itamaratí en relación con la violación de los derechos humanos y los atropellos contra la oposición  que vive Venezuela.

Contrastan, eso sí, con Colombia, los desesperados esfuerzos políticos de Lula para apoyar a su sucesora ahora que el partido de los de los trabajadores siente pasos de animal grande y el peso de evidente desgaste después de doce años en el gobierno. Mientras que en Colombia tenemos al antecesor del  actual Presidente haciéndole una feroz oposición a él en lo personal y a su política de paz.

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