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Colombia aún no ha llegado al pico del contagio ni ha valorado el costo de frenón económico, pero ya hay muchos funcionarios haciendo cuentas alegres con los recursos
El país está en medio de una emergencia económica sin precedentes causada por el Covid-19, que ya ha contagiado a cerca de 3.000 personas y se ha cobrado más de un centenar de víctimas, pero como si eso fuera poco, ha obligado a las actividades comerciales, industriales y financieras a trabajar a media marcha, a los trabajadores a no asistir a sus puestos de labor, a los estudiantes universitarios, de secundaria y primaria a no asistir a sus claustros educativos; todo un caldo de cultivo de una nueva normalidad muy distinta de la que se experimentaba hasta hace un par de meses.
Y contrario a lo que se hubiera pensado, dada la gran ola de solidaridad que esta coyuntura ha despertado en todo el país, es que los avivatos, listillos, pícaros y corruptos, están prestos a enriquecerse y sacarle partido a el escaso dinero público destinado para los más necesitados en este triste momento, pues no se puede ocultar que hay una buena parte de las 14 millones de familias que hay en Colombia pasando serias necesidades de techo, alimentación, salud, seguridad y empleo.
Es totalmente inaceptable que poco a poco se empiecen a destapar negocios con el dinero público. Aparecen en la escena pública los tradicionales contratistas amigos de alcaldes, gobernadores, concejales y diputados; sobrecostos en muchos de los materiales de primera necesidad; desviación de recursos públicos que deben dirigirse a la salud; millonarios alquileres; proveedores fantasmas; compras oficiales que nunca se entregan a los necesitados; asesorías innecesarias, pero, sobre todo, beneficiarios de créditos blandos que no los necesitan y se llevan el dinero de las arcas del Estado, tal como siempre ha sucedido.
No es sino recordar los dineros recogidos para mitigar los daños del terremoto del Eje Cafetero; el dinero destinado al sector agropecuario ante el advenimiento del tratado de libre comercio con Estados Unidos y los millonarios recursos del posconflicto y del proceso de paz del gobierno anterior. Siempre que hay una tragedia aparecen los mismos saqueadores del dinero público con discursos populistas llenos de falsa consciencia social, de lucha de clases y resentimiento, de destrucción del sector privado y sobretodo de gran desprecio por el país.
Todas las instituciones de vigilancia y control del Estado, el mismo Gobierno Nacional, con sus dependencias, deben evitar -antes de que sea tarde- que el dinero escaso del erario público, destinado a mitigar el impacto del coronavirus, termine en las manos de los mismos de siempre. Las arcas públicas no están llenas a rebozar de recursos y el país es reconocido por su baja y desigual tributación, por tanto, es imperativo denunciar a todos aquellos que huelen el dinero rápido e incontrolado, derivado de las emergencias económicas, para hacer su agosto.
Pasamos por un momento de gran solidaridad, humanidad a flor de piel, de sentido nacional patriótico y de mucho respaldo a los gobernantes; una coyuntura como esta debe aprovecharse para construir una nueva normalidad más ética y trabajadora, no para sacarle beneficio propio. Colombia deben lanzar una gran estrategia de reactivación social para no dejar caer la economía, pero primero debe trabajar en esa idea en desuso de que los recursos públicos son sagrados; solo así, los contribuyentes entenderán que sus impuestos son las verdadera base de la solidaridad.
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