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Los precios bajos del café en el mercado internacional requieren un planteamiento distinto a las soluciones tradicionales para salir de un problema que se ha vuelto cíclico
Hasta hace algunos años la historia de Colombia se contaba a través de las bonanzas cafeteras y la gran herencia que dejaba a su paso una actividad agraria de la cual hoy derivan su sustento más de 500.000 familias. No solo fue, es y seguirá siendo un cultivo ejemplar para un país aún de alto componente rural, sino que generó una aristocracia cafetera que puso ministros y presidentes a lo largo de casi 70 años. Lo más importante es que se convirtió en una actividad que no solo sacó de la pobreza y produjo riqueza a varias generaciones, sino que blindó por décadas de los flagelos de la guerrilla y el narcotráfico a los emblemáticos departamentos cafeteros como Antioquia, Caldas, Risaralda y Quindío, más la zona norte del Valle del Cauca. La economía colombiana era tan dependiente del café como generador de divisas, que el gremio ocupaba una silla en la Junta Monetaria y se convirtió en el grupo económico más importante de esa Colombia entre los años 50 y 90. Pero los años pasaron y el panorama mundial cambió, los carteles de precios cafeteros se rompieron al tiempo que emergieron en el contexto internacional nuevos productores del grano como Indonesia y Vietnam. Brasil, Colombia y Centroamérica, otrora líderes en grandes cosechas fueron perdiendo terreno en la producción mundial y el precio desde entonces lo pusieron los llamados tostadores que no eran distintos a los dueños del mercado de las bebidas en el mundo. Desde hace más de 25 años los precios del café en los mercados internacionales, en todas sus variedades, robustas y arábigas, entre otras, lo ponen las bolsas de valores en donde se transan bienes primarios o commodities, y obedecen a las simples reglas de la oferta y la demanda dominadas ambas por las transacciones de futuros, de venta de cosechas anticipadas. El nuevo contexto reacomodó el mercado global y la cantidad de café producido dejó de ser la panacea del éxito, prevaleciendo la calidad del grano, especialidad en la que el café colombiano no tenía competencia, hasta entonces.
En términos de café, todo tiempo pasado fue mejor y el precio hoy está en sus mínimos; lo que ha llevado a la Federación a lanzar gritos desesperados de salirse de las bolsas internacionales, una exclamación que es incomprensible viniendo de un producto que le enseñó a Colombia a vender en todo el mundo y fue la marca de la globalización local. Salirse de la bolsa no es un camino lógico y sobra decir que es incoherente. El punto de la verdadera revolución cafetera la está dictando el mismo cultivo que ha encontrado en Huila, Cauca y Nariño el nuevo eje cafetero, pues son los departamentos que más producen y concentran el mayor número de personas dedicadas al cultivo. Tal como sucedió hace más de un siglo, el café busca la mano de obra barata, la pobreza y los minifundios para poder cambia generaciones y culturas. Los pequeños cultivadores no sienten la crisis de frente como los grandes, pues hay que entender que al interior de esas 500.000 familias cafeteras también hay estratos socioeconómicos y que los altos costos en la mano de obra y el elevado precio de los insumos, les pegan muy fuerte al modelo de negocio que tienen más de 50 hectáreas, y mucho menos al 99% que sólo cultivan dos o tres hectáreas. La fórmula que los ministerios de Hacienda y Agricultura les tenga a los cafeteros, no es la misma de hace años y debe ser diferenciada, pues subsidios y ayudas casi siempre quedan mal focalizados.
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