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Quizá el país más rico de Iberoamérica se juega el partido más importante de su historia económica en unas elecciones cruciales que definen su estructura para próximas generaciones
Algunos jóvenes menos informados no creen que durante las primeras décadas del siglo XX, la economía argentina era desarrollada y que su ingreso per capita y el Producto Interno Bruto era superior al de países como Alemania, Francia o Gran Bretaña.
Si bien la Gran Depresión de 1930 afectó su crecimiento económico derivado de la caída en la demanda europea y estadounidense de sus productos ganaderos, los años de entre guerras no fueron tan malos y el país, más que emergente, supo navegar en las mieles que vertían de producir bienes primarios como soja, maíz, carne, leche y algunos minerales. En ese momento, el gobierno tuvo problemas para pagar a los trabajadores públicos que habían crecido al ritmo de la gran riqueza nacional.
Los sindicatos empezaron a pedir más que a producir y los gobiernos complacientes a regalar más y más dinero público que se iba mermando, en una auténtica paradoja de país asistencialista en donde hay más derechos que deberes y más exigencias económicas que trabajo duro, competitivo y productivo.
Los militares empezaron en 1930 con una seguidilla de golpes de Estado, quienes se encargaron de borrar la historia de un país que estaba en vía de ser desarrollado y que aprovechaba las riquezas de la naturaleza.
Más de 14 militares y 11 presidentes civiles gobernaron un país que mañana volverá a elegir presidente en medio de un empobrecimiento sorprendente, pues a la luz de los datos oficiales experimenta una contracción económica de 10%, muy similar a la catástrofe venezolana, todo con el mismo hilo conductor de un socialismo encubierto que ha destruido a uno de los países otrora más promisorios del mundo, pero incomprensiblemente mal manejado: en unos 160 años de historia republicana, más o menos desde 1860 hasta 2020, Argentina ha sufrido 16 crisis económicas, una crisis en promedio cada 10 años.
Ningún gobernante en la historia reciente ha encontrado el modelo adecuado a la gobernanza que dispare el desarrollo de una región que lo tiene todo: gas, petróleo, cereales, carne, leche y un recurso humano muy competitivo, pero carente de orientación productiva.
Una de las mayores trofias argentinas es que mientras Chile, Costa Rica, Colombia y México son países miembros plenamente aceptados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, Ocde, Argentina, Brasil y Perú, no han logrado avanzar ni pertenecer al club de las buenas prácticas que les permita transparentar sus números económicos para la confianza de los inversionistas.
Las próximas elecciones presidenciales son fundamentales para cambiar el modelo vigente, pasar del asistencialismo puro y duro de una sociedad que nada en subsidios estatales y que tiene un régimen tributario básico, hacia un modelo de mercado, productividad y crecimiento que le permita explotar mejor sus recursos y volver a brillar en el contexto internacional, tal como lo hizo a comienzos del siglo XX.
Buenos Aires estuvo entre las primeras ciudades del mundo en contar con un sistema de metro y Argentina en conectar sus regiones con tres que sacaban la producción regional, pero todo ese dinamismo de más de 100 años se frustró cuando llegaron a la Casa Rosada los gobernantes populistas que anclaron al país en el subdesarrollo, la inestabilidad, la inflación y el mal manejo de la economía.
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