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Pocas actividades son tan clave para las ciudades como la que ofrecen los taxistas, pero deben sincronizar tecnologías con seguridad social
Los taxistas bogotanos convocaron a una protesta callejera en contra de las nuevas tecnologías y en particular contra las plataformas que han emergido en el mercado y que les están quitado trabajo. Una suerte de “ludonismo” del siglo XXI que se ha apoderado del gremio en todo el mundo desde que apareció en el mercado la aplicación Uber que se les convirtió en un dolor de cabeza y en un desangre para sus cuentas. Luego llegaron muchas más APP que le compiten a Uber y con los años la transformación de sector de transporte urbano será una realidad y pocos se acordarán cómo era el oficio de ser taxista antes de las nuevas tecnologías.
Ahora bien, que Uber y sus competidores necesitan reglas estrictas y pago eficiente de impuestos por la explotación del mercado es otra discusión, pues su oportunismo montado sobre el desorden de nuestra movilidad subdesarrollada, no solo amenaza la poca institucionalidad emergente de un país como Colombia sino que inevitablemente llenará las calles de informales que se ganarán la vida con un carro de segunda y un celular prepago, sin mayores responsabilidades.
Reglamentar las nuevas tecnologías aplicadas a la movilidad es un deber de las instituciones y hacerlas cumplir es una tarea permanente de la policía. Y es aquí en donde los taxistas tienen razón, pues cualquier persona que quiera nuevos ingresos solo tiene que asociarse a la aplicación y empezar a facturar, sin pago de impuestos ni garantías para los usuarios, incluso abusando de los precios porque es una hora pico o similares. Lógico, esta reinvindicación de libre competencia solo afecta a quienes son propietarios de taxis, porque a los simples conductores se les convierte en una posibilidad laboral de montar negocio independiente. Irse lanza en ristre contra Uber y sus similares es un mandato de los propietarios quienes pagaron el llamado “cupo” para poder explotar el negocio de ser taxista, no para los taxistas de oficio.
La bipolaridad a la que nos referimos: ni Uber ni seguridad social, tiene que ver con una distorsión del concepto de bienestar. Nadie entiende por qué los taxistas en lugar (o además) de pelear contra los aparatos tecnológicos y sus aplicaciones, no dan la lucha por tener salud, pensiones, educación, recreación, etc., los mínimos laborales para poder progresar y tener calidad de vida. Hay un vacío en el espíritu del oficio de ser taxista y hay una clara irresponsabilidad por parte de los empresarios dedicados al transporte de esta modalidad. Las jornadas son extenuantes; la presión del tráfico es enorme; la exposición a la inseguridad es muy alta; las enfermedades asociadas a estar tantas horas sentados abundan; en general son presa fácil del estrés, sin embargo nada de esto se trata en sus reivindicaciones laborales.
El oficio de taxista es quizá el menos entendido, el más olvidado y uno de más vilipendiados por las personas que hacen uso de éstos por décadas. En ciudades desarrolladas -con calidad de vida para todos- el taxista es el embajador del área metropolitana, es quien garantiza la seguridad, el conocimiento y todas esas cosas que hacen grata una urbe, pero en Bogotá reflejan una ciudad sin control, insegura, conflictiva, dura, estresante. Ojalá, los dueños de los taxis y sus conductores primero se sentaran a arreglar los problemas inherentes al servicio y la profesión y luego pelearan contra las tecnologías.
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