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Hablar de paro cafetero en estos momentos de buenos precios es como sonar villancicos en Semana Santa, los cafeteros deben ir más allá de constante solicitud de dinero público
Nada más contradictorio que hablar de paro cafetero en medio de un peso devaluado más de 10%, de una tasa de cambio más allá de $3.350 y de una cosecha por encima de las expectativas hasta de los mismos cafeteros marcados por el pesimismo. Todo parece indicar que el espíritu reaccionario, de permanente confrontación, de súplica por subsidios y ayudas estatales se ha instalado para nunca irse del sector cafetero que otrora fuera el que movía la economía. Las llamadas Dignidades Cafeteras que representan el brazo duro del gremio se mantienen en pie de lucha, incluso en contra de la misma Federación y del Gobierno Nacional, una suerte de “Pax Romana” traducida en la siempre amenaza de paro de su agenda de discusión. Así el precio de la carga de café haya vuelto a superar los $800.000, el paro está allí omnipresente mostrando sus dientes, especialmente en los departamentos líderes en área sembrada como son Huila, Antioquia, Cauca y Tolima. No se puede negar que los cafeteros están atravesando por un buen momento y que el repunte del precio tiene que ver con la tasa de cambio y el repunte de la cotización internacional del grano. Ambos factores han llevado a que la carga promedie los $805.000, unos $100.000 por encima del precio fijado como activador del subsidio de $715.000 la carga de 125 kilos. Hay un indicador mágico que relaciona la exportación de café con la tasa de cambio y es que por cada $100 que suba el dólar, el precio interno de la carga subirá $26.000. La otra paradoja de la economía exportadora colombiana es que casi siempre cuando sube el dólar es porque el petróleo ha caído en el mercado global, de tal manera que la devaluación del peso (buena para los exportadores) es agridulce para las arcas nacionales: gana mucho con los cafeteros y pierde con los petrodólares. La libra de café en la Bolsa de Nueva York merodea un dólar, a lo que siempre se le suma una suerte de bono por la calidad del grano colombiano, lo que lo lleva a promediar los US$1,25, un precio que hace varios meses no se veía.
La cultura cafetera y su influencia en el gobierno central ha cambiado al mismo tiempo que los poderes dentro del gremio. Ahora el eje cafetero no está en Caldas, Quindío y Risaralda (incluso Quindío no llega a 20.000 hectáreas), el grano se ha desplazado a los departamentos más pobres como Huila, Cauca y Nariño. Antioquia se mantiene en el segundo lugar por la extensión del departamento, pero no por nuevas áreas. Realidad que comprueba que el café es un cultivo de posconflicto que llega a regiones donde el Estado no llega, tal como sucedió hace un siglo con el viejo eje cafetero; el problema ahora es que los grandes caficultores de más de 100 hectáreas que no pasan las 50 personas, buscan aferrarse al cultivo del café como una industria de riqueza pero los costos de la mano de obra no les resultan. Para cosechar 100 hectáreas de café se necesitan casi 500 personas por una larga temporada. Esa dicotomía vocacional del cultivo y sus cultivadores obliga a retomar los estudios planteados por la Misión del Café para hacer de ese sector una verdadera herramienta de lucha contra la pobreza en regiones capturadas por los actores armados.
El nuevo mantra del gremio debe ser donde llega el café se va la pobreza y donde está el café se debe ganar competitividad industrial para subir precios por las leyes del mercado, no ser jugadores relevantes por las suertes del dólar.
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