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El magnicidio Ecuatoriano les recuerda a los colombianos los violentos años 90, pero son miopes cuando miran lo que está pasando en el suroccidente y en especial en el Pacífico
El asesinato del candidato presidencial, Fernando Villavicencio, supuestamente por sicarios colombianos, vuelve a poner la lupa sobre Ecuador, un país de no más de 20 millones de habitantes, con una economía que es un tercio de la colombiana y que poco a poco ha venido cayendo en una ola de violencia impulsada por el narcotráfico, en parte porque su ubicación geográfica la pone al lado de Colombia y Perú, dos de los principales productores de cocaína en el mundo.
La convulsa situación a la que se aboca el país, a dos semanas de su elección presidencial, vuelve a representar un obstáculo para una economía que, a los ojos de los inversionistas, es incluso más riesgosa que la venezolana.
Según el ranking de los CDS, que sirven como un indicador de la posibilidad que tiene un país de no pagar sus deudas, Ecuador es el segundo más riesgoso de la región, solo superado por Argentina, inmersa en un fuerte proceso hiperinflacionario.
La inestabilidad en las finanzas del país ha sido histórica y, desde su independencia, ha incumplido el pago de su deuda externa en 11 ocasiones. Desde la llegada de Guillermo Lasso a la Presidencia se ha intentado poner orden a las cuentas fiscales, por medio de acuerdos con la banca multilateral y hasta con una renegociación con China.
La situación económica ecuatoriana es dramática: se dolarizó en 2000, luego de periodos de alta inflación; depende del crudo, produce cerca de 481.000 barriles de petróleo al día; la inflación es de 2,07%, baja en comparación con la región por la dolarización; el presupuesto para este año es de solo US$31.503 millones; la tasa de desempleo es muy baja 3,8%; los ingresos petroleros y mineros le dejan US$12.414 millones; las remesas de ecuatorianos emigrados sube a US$4.743 millones; cifras bastante básicas que no son suficientes para enfrentar el flagelo del narcotráfico que poco a poco se ensaña en todo su territorio signado por la gran Amazonía, los Andes y su puerta al mundo, el Pacífico.
Su corta extensión territorial que permite llegar rápido a las fronteras, una facilidad que utilizan los narcos colombianos, que a su vez aprovechan la dolarización y baja bancarización para mover dinero ilegal; su perfil costero que permite el zarpe de embarcaciones, sin mayor control; el tráfico de clorhidrato de cocaína representa la mayor cantidad de incautaciones; no se puede negar que el mayor flujo de drogas entra por la frontera norte, con Colombia y que hace un par de semanas fue asesinado el alcalde Manta, ciudad relativamente cercana a Tumaco.
No solo es una tierra del olvido para los ecuatorianos de Quito y Guayaquil, sino para los bogotanos, paisas e incluso vallecaucanos, quienes poco o nada saben o les importa lo que sucede en una costa de 1.448 kilómetros que baña el océano Pacífico al mapa colombiano. Lo más ridículo de la situación es que el grueso del comercio mundial está en la cuenca del Pacífico y que pocos países, como Colombia, gozan de esa posición geoestrégica tan envidiable.
Las autoridades políticas, económicas y de seguridad nacional no pueden seguir siendo ciegas a la triste realidad de esa región, la más pobre e insegura, al mismo tiempo que la más capturada por los carteles de la droga que han extendido sus tentáculos a unos departamentos que solo tienen dos carreteras para acceder al litoral. Toda una tristeza que poco a poco se convierte en pesadilla global: la primera zona liberada por los narcos, una suerte de república soberana de la delincuencia.
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